domingo, 7 de diciembre de 2008

Los tres ángeles. Rublev



Corre el año 1411 Un monje pintor finaliza un icono. Con delicadeza traza las últimas líneas.
Es un icono que con el tiempo llegará aser conocido como el icono de los iconos.

En él se representan tres ángeles.
El primer ángel está a la izquierda.
El segundo ángel aparece en el centro del icono.
El tercero a la derecha.

El pintor de este icono fue Andrei Rublev... Ideó su obra inspirado en un relato que se narra en el libro del Génesis. El icono representa la visita de tres ánteles a Abraham, junto al encinar de Mambré...(Génesis18, 1-15)






Los ángeles despliegan alas que se rozan entre sí... Esto simboliza la íntima unidad que existe entre ellos.

En realidad, los ángeles no son ángeles... Son las tres Personas de la Santísima Trinidad. El color azul de sus vestidos delata su divinidad.





El ángel de la izquierda representa al Padre... Su trascendencia se indica mediante el ropaje transparente.








Este ángel representa al Hijo... Su ropa no es transparente... Pues el Hijo se encarnó y se hizo hombre. Por eso viste una túnica roja como la sangre.










El tercer ángel representa al Espíritu Santo... Sus vestidos también son etéreos, aunque no tanto como los del Padre. Predomina el color verde esperanza.














El Espíritu y el Hijo miran... al Padre... Pero los tres sostienen báculos de mando que representan la igualdad de su dignidad. En la imagen, la vista pasa de un personaje a otro. Es decir, existe la estructura de un... círculo... Esto expresa la eternidad de Dios.




Detrás de la imagen del Padre vemos una mansión... Simboliza el Templo del Antiguo Testamento, pero también da cuenta de la promesa que nos hizo Jesús cuando dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”

Detrás de la imagen del Hijo vemos una encina... Simboliza el árbol del bien y del mal en el que sucumbió Adán; y el árbol de la cruz del que surgió la victoria de la Vida.


Detrás de la imagen del Espíritu Santo se aprecia una montaña... Es el monte Sinaí, donde se dictó la Ley; y simboliza también el monte de las Bienaventuranzas donde se anunció la Nueva Ley.



El Hijo consagra un cáliz porque es verdadero y eterno Sacerdote.


El cuadro debajo del cáliz representa las cuatro esquinas de la tierra. Rublev pensaba que la Tierra era plana. Pero el gesto apunta hacia otro mensaje...
El mensaje es: El cáliz está sobre la Tierra...
Por lo tanto, Dios continúa bendiciendo su Creación.




Finalmente, las tres Divinas Personas forman entre ellas... un cáliz. En resumen, el mensaje del icono es aquel mismo que leemos en el Evangelio..



¡DIOS ES AMOR!

Y como Dios bendice, consagra y ama, su nombre bien puede ser...


INFINITA MISERICORDIA


martes, 3 de junio de 2008

Los secretos del arte


Año 1933, Hitler sube al poder como dirigente del Partido Nacionalsocialista alemán tras ganar las elecciones del mes de mayo. Comenzaba el Tercer Reich, una época de horrores que nos viene a la memoria hoy día en todo el mundo occidental con tan sólo ver una imagen: la cruz gamada o esvástica. Sin embargo, este símbolo posee un uso, tradición y significado mucho más antiguos y amplios de los que, por desgracia, le fueron otorgados por el nazismo. La palabra “esvástica” posee, bajo su origen sánscrito, un significado de “bienestar y buena suerte” y su representación gráfica aparece múltiplemente reproducida en imágenes y arquitecturas de la India y Nepal, además de ser habitual en el arte celta, románico, gótico y de la Antigüedad clásica. Éste es sólo un caso, de los múltiples, del poder que guardan los símbolos y de la influencia que pueden llegar a ejercer. El arte cuenta con infinidad de ejemplos de imágenes con un sentido distinto al que pudiera parecer, “escondidas” en unas ocasiones por necesidad, como un guiño o parte de una construcción alegórica más compleja en otras. Unos significados cuyo conocimiento, en ocasiones y con el paso de los siglos, se ha perdido, siendo necesaria su recuperación para poder comprender en su totalidad la obra que los guarda.


Símbolos en la religión

En los primeros tiempos del cristianismo, en las representaciones plásticas asociadas a sus espacios de culto y enterramiento, podemos encontrar ¡esvásticas! Parece difícil de creer y lo cierto es que estas imágenes, de nuevo, nada tienen que ver con el régimen nazi: hablamos de las Crux dissimulata, una cruz disfrazada dentro de una circunferencia parcial que posibilitaba la inclusión de este símbolo religioso de una forma poco obvia, de ahí su nombre. La persecución de los cristianos en los comienzos del culto hizo que estas comunidades agudizaran el ingenio: no sólo se reunían bajo tierra sino que además elaboraron todo un “vademécum” de símbolos camuflados cuya representación servía de indicativo a otros practicantes. Palmeras, ciervos, pavos reales, vides y, el gran protagonista, el pez, se convirtieron, junto con los diversos anagramas de Cristo, en el medio para comunicarse y reconocerse en cualquier parte del mundo como cristiano. Lo cierto es que la religión es una buena cantera de iconos, en cualquier época en la que nos fijemos, así, por ejemplo, el triángulo ( como línea compositiva o como figura ) es una simbolización de la Santísima Trinidad ( de fertilidad en cultos paganos ), las columnas salomónicas del Barroco hacen referencia al antiguo templo de Salomón en Jerusalén y el crismón románico ( XP ) es el monograma de Cristo ( a veces acompañado de Alfa y Omega: “principio” y “fin” ). Los capiteles y tímpanos de las iglesias están plagados de referencias alegóricas ( recogidas en los llamados bestiarios ): los leones, águilas y grifos son “los guardianes del templo” en indicación del carácter sagrado que el visitante debe respetar, el cordero hace referencia al sacrificio de Jesús para redimirnos ( y a su cualidad de Buen Pastor ) y la serpiente es la representación del pecado original, al igual que la liebre específicamente lo es de la lujuria o el cerdo de la pereza, entre otros. Pero no sólo las imágenes poseen un significado en el arte cristiano, la numerología y la arquitectura en sí, estrechamente vinculadas, son la base de la que parte todo lo demás: los claustros medievales son una representación del Jardín del Edén, las naves de las iglesias de planta cuadrada simbolizan la Tierra ( 4 puntos cardinales ) y la cabecera semicircular el Cielo ( al igual que las cúpulas ), y la propia planta de cruz latina es una figuración del cuerpo de Cristo ( cabecera, brazos del transepto, cuerpo de las naves y pies ).


Encuentros inesperados

Los símbolos en el arte son muy diversos, casi infinitos, y nos permiten encontrar de la forma más sorprendente representaciones de instituciones, ideas, personas o vivencias que nunca hubiéramos sospechado. En el Baldaquino de San Pedro, encargado por el papa Urbano VIII a Bernini, advertimos la existencia de abejas por doquier, símbolo de la familia de los Barberini, a la que pertenecía el pontífice. Igual sucede en la Fontana de la Barcaccia ( que incorpora otro de los elementos del blasón barberini: los soles ), en la Fontana delle Api, o en el Sepulcro de Urbano VIII. La forma de El Escorial es un homenaje a San Lorenzo ( cuyo principal atributo es una parrilla, instrumento de su martirio ) y su decoración una alegoría completa de Carlos V ( el águila bicéfala será el emblema de su escudo y las bolas y pirámides decorativas los símbolos que le asimilen con Hércules ). En la imaginería española de la Edad Moderna podemos encontrar tallas de la Virgen niña pisando una serpiente o dragón, símbolo de su pureza y su concepción inmaculada. En el Barroco era habitual la inclusión en las obras de arte de una calavera, como recordatorio de la mortalidad de la vida ( memento mori ). Existen símbolos templarios distribuidos a lo largo de todo el Camino de Santiago, en iglesias y plazas ( famoso es el Juego de la oca ) y las universidades españolas poseen en sus muros alegorías del conocimiento y las artes liberales. En los jardines secos del arte zen cada uno de los elementos, escogidos con sumo cuidado en un número mínimo, posee un significado ( las piedras en una superficie de grava pueden ser los obstáculos que encuentra el pensamiento en su fluir ) y el arte islámico, en atención a su carácter iconoclasta, empleará elementos geométricos.


Obras que encierran secretos

Pero los símbolos en sí mismos no poseen un valor definitivo y, en muchas ocasiones, el significado de lo representado depende del contexto en el que se encuentre, pudiendo ser variable. Si observamos la obra de Caravaggio Muchacho mordido por una lagartija sólo veremos un cuadro de extraño tema, con un púber con cara de dolor al notar el mordisco del animal. Pero si supiéramos que la representación de la lagartija conlleva un doble sentido ( “lagartija” en la época significaba en lenguaje popular “pene” ) podríamos deducir que esta obra es una advertencia frente al disfrute de los placeres de la carne, posiblemente ofrecidos por una prostituta quizá no muy sana ( algo que el pintor debía saber, dada su vida disoluta ). Sin embargo, el cuadro posee otra lectura, algo menos prosaica, que queda manifiesta en el propio hecho de la enfermedad que sugiere ( en esta ocasión “social ) y en la pecera representada, donde aparece el taller de Caravaggio: el deseo del maestro de dejar constancia de su excelencia y sus sobradas cualidades para poder ingresar en la Academia del Oro de Federigo Zuccaro, quien en sus comienzos se negará a admitirle precisamente por su estilo de vida ( El poder del arte, Simon Schama ). El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, es otro buen ejemplo de símbolos ocultos y todo él un canto a la fecundidad: la lámpara ubicada en el eje central del cuadro tiene una vela encendida, símbolo de la luz divina que preside la unión y la santifica ( además, hace alusión a la vela que se encendía para favorecer la fertilidad la noche de bodas ), sobre el respaldo de la silla ubicada tras la mujer aparece una figura de Santa Margarita, patrona de las parturientas ( identificada a veces como Santa Marta, patrona del hogar ), el verde era el color de la fertilidad en la época y el perro simboliza la fidelidad marital, sin contar el resto de múltiples símbolos que plagan la escena.


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lunes, 19 de mayo de 2008

Entrevista a la monja pintora Isabel Guerra


Por Elena Pita

“Yo era una niña rebelde que rechazaba a los maestros. Quería hacerme mi propia escuela. Y no estoy arrepentida”

Isabel Guerra es la monja pintora que, desde su clausura en el monasterio cisterciense de Santa Lucía, Zaragoza, llega cada dos o tres años a Madrid para exponer sus cuadros: llenazo asegurado, venta total. Sus vocaciones han corrido paralelas desde la adolescencia: fue una niña rebelde que quiso pintar y amar a Dios, autodidacta. No crean que la vida monástica le ha apartado de las preocupaciones terrenas: convencida de que este mundo no puede gustarle a nadie, su obra contiene un mensaje de esperanza: la belleza es posible, no todo está perdido.


Último día antes de ingresar en el monasterio. Isabel con su padre 1970.
Fotografía de Chema Conesa


Vísperas de El Pilar. En el monasterio de Santa Lucía (Zaragoza), todo está preparado para festejar la patrona. Huele a coliflor cocida. Tocamos un timbre, pero el portón está entornado y entramos sin esperar. “¿Vienen a ver a Isabel Guerra?”. La voz suena en el hall sin presencia alguna. Nos miramos: ¿eh? “Sí, ustedes, ¿vienen a ver a Isabel Guerra?”. Nos habla una persiana de madera clara, sin rostro ni luz. Y nosotros, sí, sí. “Pues crucen el refectorio, llegarán a un vestíbulo con tres puertas, abran la de la izquierda, entrarán en otro vestibulillo; sigan y, al fondo, encontrarán el comedor: allí les espero”. La voz. Isabel Guerra es una monja de aspecto convencional, de siempre, menuda e ingrávida sobre sus botas tobilleras, edad indescifrable (Madrid, 1947) y tez translúcida apenas moteada de alguna rojez sin disimulo. Hubo un tiempo que para pintar viajaba, haciendo uso de una bula papal, pero ya no: prefiere el silencio del convento, donde pinta a sus muchachas, cándidas y bellas, imágenes hiperrealistas, como fotos, sobre fondos abstractos o figurados, como papeles pintados.

P.La Historia del Arte cuenta con no pocos religiosos artistas, pero hoy, ¿ya sólo queda usted?

R.Bueno, no sé, no me atrevería a decir tanto: única mujer consagrada dedicada a las artes... Quizá sí sea la única con una vida tan intensa en cuanto a exposiciones.

P. O sea, éxito. ¿Le sorprende que nos sorprendamos tanto de su condición?

R. Hay aún quien se sorprende, sí, pero es anecdótico: llevo tantos años en las galerías madrileñas... Al verdadero aficionado al arte le da lo mismo mi condición personal.

P. Sin embargo, en Sokoa, su actual galería, me han comentado que cuando empezó con ellos hace i8 años trataron de ocultar su condición religiosa. ¿Por qué?

R. Sí, así fue, pero de repente un día la gente te conoce personalmente, porque al público le gusta hablar con el pintor, y el pintor aprende de la reacción del público. Es algo que yo no trato de ocultar.

P. Sintió la vocación pictórica a los 12 años, ¿por qué no enfocó por ahí sus estudios?

R. Desde entonces no hice nada más que pintar, lo dejé todo: me dediqué a estudiar y vivir la pintura en toda su plenitud.

P. Pero sin títulos, ¿no tenía medios?

R. No, no, en absoluto. Mi familia era acomodada, disfruté de un ambiente muy agradable para desarrollar cualquier estudio. Tenía el privilegio de vivir en la esquina del Viaducto, entre el Palacio Real y San Francisco el Grande [Madrid], con los balcones mirando a la sierra. Todo empezó por cumpleaños, me regalaron una caja de óleos y sentí una emoción inexplicable: abrí el balcón, vi aquel paisaje, el mismo de los retratos de Velázquez, y sobre la tapa de una caja de puros copié del natural. Pero yo era una niña rebelde que rechazaba a los maestros: quería hacerme mi propia escuela y estudio. No sé si para bien o para mal, pero así fue y el resultado ahí está, que otros lo juzguen. No estoy arrepentida, no me ha ido mal.

P. ¿Cómo estudiaba?, ¿lo confió todo a su intuición?

R. Sola. Pensé que lo importante era aprender a ver, y que eso lo tenía en los grandes maestros y en los museos. Me pasaba larguísimas horas en el Prado, en cuanta exposición se convocaba, estudiando los libros de arte, que siempre han sido mi obsesión, que me comen el terreno y la vida. Pero lo más importante para crear tu propio mundo es trabajar incesantemente.

P. Y ahora que es usted académica de la Real de San Luis, ¿sigue pensando que a pintar no se enseña?

R. No me atrevería a decir que el mío sea el camino idóneo. El aprendizaje junto a un gran maestro puede ser muy válido para desarrollar después el propio estilo. Pero yo lo vi así, y no tuvo vuelta atrás.

P. Expuso por primera vez con i5 años. ¿Quién le organizaba las exposiciones?

R. Ciertas amistades de mis padres relacionadas con el mundo del arte.

P. ¿Le trataron como niña prodigio?

R. Tal vez sí, aunque hoy con 15 años ya no eres una niña, entonces sí lo eras. A mí me molestaba mucho lo de niña prodigio, no me hacía ninguna gracia; yo quería ser una pintora normal.

P. ¿De ahí quizá su rebeldía?

R. Pues pudiera ser.

P. ¿Y a qué edad sintió la llamada de Dios?, ¿se dice así?

R. Sí, se dice así [sonriente]. Pues a la misma, a los 12 años. Pero a esa edad no puedes encontrar el lugar donde desarrollar tu vocación. Tuve que esperar hasta los 23 para realizar esa llamada, hasta encontrar este monasterio.

P. ¿Cuál fue la primera reacción de su familia: pensaron que el convento truncaría su futuro como artista?

Terrible, sobre todo por parte de mi madre. Lógico, yo era hija única, y ellos vivían absolutamente centrados en mí. Habían estado i0 años de matrimonio deseando tener un hijo, sin conseguirlo: fui una niña muy deseada. La separación se les hacía terrible, pero fueron evolucionando en su manera de verlo y, al final de su vida, estaban absolutamente encantados: “Estamos felices, está donde mejor podía estar”, decían. Luego tuve la gran suerte de poder asistirles en sus enfermedades hasta la muerte.

P. ¿Y usted nunca temió que una vocación solapara a la otra?

R. Sí, al entrar en el monasterio, pensé que probablemente la pintura sufriera, incluso que tuviera que desaparecer de mi vida. Pero el mismo día que ingresé, mis superioras me dijeron que aquí podría seguir pintando exactamente igual: era una práctica que se adaptaba perfectamente al monasterio. San Benito, autor de la regla benedictina, que también profesamos los cistercienses, dedica un capítulo de su obra a los artistas del monasterio.

P. He leído que cuando ingresó en clausura su estilo era impresionista, que luego evolucionó hacia el expresionismo y que ahora se acerca más al realismo.

R. Sí, ahora mi pintura va siendo más empastada e incorporo elementos de
abstracción en los fondos, que hacen una especie de mestizaje con el realismo de la figura.

P. Y, desde una vida tan apartada, ¿qué influye en su pintura para hacerla evolucionar?

R. El monasterio es un lugar riquísmo para la inspiración. Nuestro modo de vida se orienta a la búsqueda de la belleza; para nosotras la estética no es solamente escenográfica, sino vital: buscamos la paz y laSokoa, galería de arte. Tel.: 91 575 72 39. Web: www.galeriasokoa.comserenidad, un clima de silencio y admiración hacia el creador.

P. Pero, ¿cuál es su ventana al mundo real?

R. Pues los medios de comunicación y las personas que se acercan al monasterio, que como cisterciense tiene una actividad de acogida a quienes quieren participar en nuestra vida de oración, contemplación, silencio y liturgia, y nos hacen partícipes de sus problemas: vienen en busca de una palabra y de que les escuchen. Se produce un intercambio, conocemos sus esperanzas y desesperanzas, sufrimientos y goces.

P. ¿Una acogida caritativa?

R. No, no, fraternal, de amistad. Pasan con nosotros unos días, rezan con nosotras, participan del silencio y respiran un clima totalmente distinto.

P. Isabel, ¿qué le transmite esa realidad que ve cuando sale al exterior?, ¿le gusta?

R. ¿Este mundo convulso y violento que vivimos? Yo creo que no puede gustarle a nadie. Intento luchar dando pistas de todo lo contrario: luz y esperanza. Hay otros que luchan con el testimonio, utilizando el arte como un espejo de la violencia. Yo intento transmitir una fórmula que evite que la violencia se apodere de nosotros.

P. ¿El arte no ha de servir para transmitir los sentimientos que lo real provoca en el artista?

R. Yo me baso en lo real, no invento mis imágenes, pero llamo la atención sobre la paz y la luz, que sí está entre nosotros. Por ejemplo, ahora mismo estamos aquí bien, a gusto, sin violencia: luego es un mundo posible, y eso es lo que intento demostrar: que no está todo perdido, que la situación no es irreversible, que no estamos en el camino a la distorsión absoluta de la Humanidad. No, es posible encontrar caminos de belleza. Esto es lo que intento decir, y hay quien lo recoge.

P. ¿Sería capaz de denunciar artísticamente la violencia, o no le interesa?

R. Es que lo que hago también puede ser una denuncia. Introducir una imagen de belleza y de paz es un choque tremendo. Me he enterado que grupos pacifistas en Estados Unidos emplean para sus manifestaciones imágenes de mis cuadros, como forma de protesta. ¿Sorprendente?

P. Pues sí. ¿Qué es lo que más le horroriza de nuestra estética feísta?

R. No lo sé, tengo una especie de sano escepticismo. Quizá lo que más pena me da es ese intento de hacer cultura de lo feo, cultivar lo distorsionado.

P. ¿Qué artista contemporáneo le gusta especialmente?

R. Todos, todos los buenos, depende de los momentos. Lo difícil es percibir la línea que separa lo superficial de lo verdadero.

P. ¿Miquel Barceló?

R. Lo que hace me parece muy bonito, pero no me gusta más que otro.

P. Madre, ¿el convento vive de sus cuadros?

R. No quiero hablar del asunto económico. Ora et labora, el monje es el que vive del trabajo de sus manos. Tan importante es la liturgia como el trabajo. En el monasterio se hacen encuadernaciones y restauración de libros y documentos.

P. El Gobierno revisará las ayudas a la Iglesia en pos de una diversificación hacia confesiones minoritarias, ¿le preocupa?

R. Espero que Zapatero sea tan inteligente y buen gobernante como para no hacer nada disparatado. Imagino que sus reformas llevarán a un buen puerto.

P. Ha pintado retratos de políticos como Luisa Fernanda Rudi, ¿a quién no retrataría por nada del mundo?

R. No sé, no estoy en contra de nadie. Es un género complicado: es difícil que un pintor no se autorretrate continuamente, y esto me parece grave. Además, para mí es ingrato, porque no te permite expresar demasiadas cosas. Sólo lo practico cuando tengo un compromiso muy ineludible. Como todos los pintores realistas, al principio tuve que dedicarme a ello para sobrevivir, pero a estas alturas, no lo necesito.

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Tocan a almuerzo en el convento y aquí seguimos enfrascados con sus catálogos, su caballete y espátula: su vocación; ante un cuadro por terminar, porque el resto de su obra está ya vendida, a razón de una media entre 1.800 y 9.000 euros. Isabel Guerra, una monja muy moderna, que se ha adaptado a la velocidad de estos tiempos telemáticos (“mis cuadros se cuelgan en Internet, no sé quién lo hace, ni por qué, pero la vida impone sus leyes”), con la misma agilidad que transita de su estudio al refectorio, trayéndonos sus bártulos, sus cosas: no piensa por ahora en la comida. Hablamos del dolor de sus vocaciones, “no me vea usted pintando”, le dice a Chema mientras él intenta atrapar en su foto idéntica luz a la de sus cuadros, colándose la luz por la celosía que nos impide divisar clausura. Isabel no es diletante: “Me duele tanto mi vocación de pintora como esta otra”, y en diciéndolo se palpa los hábitos, de negro y crema. ¿Y las modelos?, le pregunto: ¿cómo llegan hasta usted, madre?, ¿cómo vienen al convento? “Yo las elijo”, niñas cándidas y bellas, encendidas de su imaginación, en vestidos vaporosos, sandalias, paz y amor: “Y también elijo sus ropas, aunque a veces me gusta lo que traen puesto y así las pinto”. Quizá le recuerden el día ya lejano en que ella misma llegó hasta aquí, siguiendo a su amiga del alma, para quedar “enganchada” de por vida.

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sábado, 12 de abril de 2008

¿Qué pensar de Harry Potter?

Harry Potter: ¿sortilegio de la mercadotecnia o hechizo literario?

Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios J. R. R. Tolkien.

En su cumpleaños número 11, Harry Potter, un pequeño y escuálido niño inglés -huérfano desde que tenía un año-, se entera de que es mago y por tanto debe asistir al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Un estrafalario y desconocido gigante le hace este descubrimiento que abre, para Harry y sus lectores, un mundo plagado de emocionantes y sorprendentes aventuras.

Son ya cuatro volúmenes publicados de la serie de novelas de fantasía cuyo protagonista es el pequeño mago llamado Harry Potter. Traducidos a muchos idiomas, se han vendido por millones en todo el mundo. Las reseñas sobre los libros, su autora -su fantástica vida- y el fenómeno Potter acentúan dos aspectos: el comercial y la moda generalizada.

Así lo vemos, por ejemplo, en la vida de Joanne Katherine Rowling: parece un cuento de hadas, ya que después de diversas vicisitudes, entre ellas el fracaso de su matrimonio, regresó a Escocia con una hija de pocos meses. Sin trabajo, sólo con su seguro de desempleo, escribió su primer libro en los cafés de Edimburgo, con su hija. Incapaz de pagarse un juego de fotocopias, pasó el original varias veces a máquina y lo envió a un par de agentes literarios. Una respuesta salvadora cambió su vida.

Sí, parece cuento de hadas, pero no lo es. La calidad literaria de la autora no es obra de una varita mágica, aunque se valga de ellas en su literatura.

J. K. Rowling ha escrito cuatro volúmenes -y ha prometido otros tres- porque conoce el mundo de la literatura y sabe desenvolverse en él. Admiradora de dos de los más grandes autores ingleses de literatura fantástica del siglo XX, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis, se suma a su movimiento y aporta su propia visión creando un mundo que atrae -como debe ser en la verdadera literatura fantástica- a todos.

No caeré en el error de decir que son obras que entretendrán a personas de 8 a 80 años, lugar común totalmente falso como la afirmación «todos llevamos un niño dentro». Frases así dañan terriblemente las obras al colocarlas como infantiles.

Es probable que quienes las emiten intenten superar el prejuicio racionalista y positivista revalorando los sentimientos, pero si un adulto aprecia un cuento de hadas generalmente se debe a su calidad literaria, no a ese falso infantilismo. «A los niños no les agradan los cuentos de hadas más que a los adultos, ni los entienden mejor que ellos»

Por otro lado, esas mismas personas suponen que las obras de fantasía «pueden pasar como» literatura, cuando en realidad son un género literario serio. Precisamente Tolkien levanta la voz y subraya que la literatura fantástica es tan literatura como Shakespeare, Cervantes o Dante. Y, por eso, se le exigirá tanto como a ellos y conmoverá tanto como ellos... o no es literatura.

LITERATURA PARA CONSUMISTAS

El mercado parece haber devorado la obra de Rowling; tras el fenómeno de Harry Potter y la piedra filosofal el mundo anglosajón esperó el segundo volumen con miles de reventas en Internet, y millares de niños con sus padres hicieron cola desde la madrugada frente a las librerías para obtener su ejemplar: Harry Potter y J. K. Rowling habían ingresado al mundo de la mercadotecnia como un producto más.

Desde entonces ese mundo se dedicó a enaltecer a la autora para obtener su producto y aprovechar las ganancias. Firmó contratos para cine y para la producción de juguetes, ropa y miles de subproductos basados en el universo de Harry y sus amigos.

¿Es malo ingresar al mercado? Depende. Para una obra literaria puede ser sumamente dañino, podría arriesgar su calidad, pero también puede ser el triunfo esperado por un autor para salir de la pobreza. Rowling lo consiguió: no tendrá que volver a copiar a mano un original para enviarlo a los editores. Según ciertos periodistas, su fortuna personal es de las más cuantiosas del Reino Unido y destina muchos beneficios a instituciones caritativas y de asistencia social.

¿El éxito comercial dañó la calidad de los siguientes volúmenes de Harry Potter? No. Para beneficio de todos, la calidad literaria de Rowling parece incrementarse en cada nuevo libro.

Sin embargo, que sea un producto de moda puede ser mal precedente. La peor recomendación que nos pueden hacer a muchos «lectores asiduos» es: «todo el mundo lo está leyendo». En la época de Homero seguramente era una buena recomendación, pues pocos y críticos lectores constituían ese «todo el mundo». Pero hoy los diarios de mayor tirada suelen ser los de menor calidad y otro tanto se puede decir de las revistas o de multitud de pasquines. Ése peligro corren los libros de Harry Potter.

¿MERCADOTECNIA O FANTASÍA?

Para considerar una obra como literatura de fantasía o cuento de hadas debe, entre otras cosas, dejar claro lo mismo que las obras clásicas: la diferencia entre bien y mal. Homero lo dice de continuo y los buenos libros de fantasía lo remachan. Eso precisamente vemos en Rowling.

La verdad del relato es asunto relativamente secundario, no porque los niños se dejen engañar más fácil que los adultos, sino porque si está bien construido despertará el interés de ambos y comprenderán que «eso» es verdad en ese mundo secundario creado por el narrador. «Los cuentos de hadas, como es obvio, no se ocupaban mayormente de lo posible, sino de lo deseable. Y sólo daban en el blanco si despertaban los deseos y, al mismo tiempo que los estimulaban hasta límites insufribles, también los satisfacían»

Cuando Hagrid, el gigante, le explica a Harry que es un mago importante, una de las primeras cosas que del mundo mágico es que existen magos buenos y malos, que se mezclan, es difícil identificarlos, y viven una batalla permanente. Lord Voldemort, líder de los malos, es «peor que peor» y pertenece al lado oscuro.

La distinción aparece de continuo a lo largo de la saga, al punto que el último capítulo del tomo IV, Harry Potter y el cáliz de fuego, describe cómo quedan las cosas para la gran batalla que afrontará el mundo mágico. En la despedida del curso de Hogwarts, Dumbledore, director del colegio y cabeza de quienes defienden el bien y la verdad, habla de un alumno fallecido: «Recuerden a Cedric. Recuérdenlo si en algún momento de su vida tienen que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recuerden lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord Voldemort.» (T. IV, p. 626).

En Harry Potter el bien siempre se presenta como arduo, el mal como fácil y cómodo. El bien exige sacrificios mientras el mal pone cualquier medio para alcanzar su fin. Y quien dice el bien, dice el amor. Harry se salvó de la maldición asesina de lord Voldemort porque lo protegía el sacrificio amoroso de su madre, quien murió para salvarlo.

Pero una obra literaria no necesariamente es una moraleja, y menos un cuento de hadas. Harry Potter no reúne moralejas para mentes infantiles. Es ante todo una serie de aventuras con trama propia, con una estructura magníficamente estudiada y desarrollada, no sólo coherente, también con ese toque de suspenso e intriga que atrapa al lector y no lo suelta.

Sorprende que cada nueva novela añada páginas a las precedentes. Parece que conforme se sumerge en su mundo, Rowling descubre más personajes y aventuras, monstruos, enemigos y lugares nuevos. También es capaz de hacer relativamente autónoma cada entrega, se pueden leer por separado aun sin conocer las anteriores. Sin embargo, es recomendable seguir el orden natural para disfrutarlas mejor.

El humor salta con frecuencia para romper la tensión, por ejemplo, los personajes de los cuadros de Hogwarts tienen vida, se mueven, se visitan entre ellos, hablan, y eventualmente se les suben las copas en un festejo; o la frustración de Nick Casi-Decapitado, un fantasma del colegio, quien no puede integrarse a una orden de caballería de fantasmas decapitados por no poder jugar polo con su cabeza.

Lo mismo sucede con la ironía que refleja situaciones muy humanas, como la del profesor de la materia Defensa contra las Artes Oscuras, quien plaga su despacho de fotografías que por las noches se ponen tubos para ensortijarse el pelo y así mostrarlo más atractivo a las alumnas y admiradoras.

SIN CABOS SUELTOS

En la obra de Rowling no quedan cabos sueltos: su capacidad para entrelazarlos es tan amplia que nadie reclama saltos de una trama a otra, las ordena adecuadamente; deja una en suspenso, retoma otra y avanza hasta que cada elemento - una ventana abierta o la presencia de un insecto- queda justificado en algún momento del relato.

Es un trabajo sin soluciones fáciles, con el rigor necesario como para pedirle cuentas por un personaje que no actúa conforme a su carácter o queda excluido de la obra sin una explicación razonable. Rowling reconoció uno de esos fallos: Marcus Flint, alumno del 5° curso en Hogwarts en el primer libro, vuelve a aparecer en el tomo IV, cuando debía haber dejado el colegio porque sólo hay siete grados.

Como Rowling ha aumentado la extensión de los libros conforme aparecen, algunos piensan que el tomo IV, de más de 600 páginas, resulta arduo para mentes infantiles, pero los niños que leyeron los volúmenes anteriores se embeben también en éste porque consigue lo que tanto preocupa a literatos y maestros: atrapar su imaginación.

Sorprende, pues en ocasiones las frases no son sencillas, al menos en sus traducciones, y sin embargo al lector le resulta difícil dejar el libro: se encuentra con una trama en la que suspenso, miedo, situaciones inquietantes, lástima, dolor o alegría piden continuar con cada palabra, cada frase, cada párrafo, cada capítulo y cada nuevo libro.

Mientras intelectuales y educadores desarrollan planes para hacer leer a los escolares, Rowling lo logra con su magnífica pluma, estilo sugerente e imaginación dinámica que conecta con cualquier lector. Algo está pasando cuando niños desde 6 años buscan cada nuevo tomo de la serie y en las escuelas hablan con el lenguaje de los personajes de Rowling.

Me decía una persona que sólo por este hecho valdría la pena comprar y recomendar esos libros; no es argumento suficiente, hay muchos temas eróticos o sensacionalistas que pueden inducir a los adolescentes a la lectura, pero cuando se unen la calidad literaria y la distinción entre bien y mal, estamos frente a una obra poco común que crea el hábito de la lectura.

POCIONES PARA HECHIZAR MUGGLES

La receta de Rowling es imaginar un mundo fantástico con sus propias reglas, su propia lógica, con un sentido de realidad. Es lo que Tolkien llama creación de un mundo secundario «en el que tu mente puede entrar». En el mundo de Harry Potter los personajes mágicos y los no mágicos, muggles, se entrecruzan sin mezclarse. El trabajo principal del Ministerio de Magia «es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos». La razón es clara, como bien le explica Hagrid: -Caramba, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.

Desde el tomo I se distinguen el mundo primario, de nuestra vida cotidiana, y el secundario, también real dentro de su marco. Bins, el único profesor fantasma de Hogwarts, reclama este carácter para la historia de los magos frente a los mitos y leyendas que se difunden como bulos por los corredores del colegio:

«Ya basta -dijo bruscamente- ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trasero! Me arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables».

¿Qué profesor de historia no haría reclamo semejante ante un mito? Pero cuando el profesor es un fantasma y la asignatura es Historia de la Magia, las cosas cambian. No porque historia y profesor no sean reales, sino porque su realidad pertenece a otro mundo, al de la imaginación y la fantasía, con sus propias reglas y condiciones.

Por ejemplo, cuando Harry recibe una lechuza (medio de comunicación habitual entre los magos) del departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, por usarla en el mundo muggle sin tener la edad permitida, y además lo amenazan con expulsarlo del colegio, siempre con la referencia a la fuente originaria de la norma: sección decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto Secreto de los Brujos.

Harry Potter es literatura, no un mero producto de consumo.

EN CASA DE INCRÉDULOS

Antes de su traslado a Hogwarts, Harry vivía con sus tíos, los Dursley, quienes lo despreciaban y humillaban. Esa dureza en el trato de sus familiares forja y define su carácter.

La historia comienza con la llegada del gigante Hagrid al islote donde Harry ha sido confinado por su tío Vernon.

En ese momento Harry descubre su verdadera identidad y la razón de que le sucedan cosas raras cuando se enoja o teme algo, como recuperar en una noche el pelo que su tía le cortó o liberar del zoológico a una boa gigante que habla.

¿Qué es? ¿Un cuento para niños, una chifladura punk o new age? Nada de eso. Nos encontramos ante un nuevo tipo de cuento de hadas en el más puro sentido tolkiano: «Un "cuento de hadas" es aquel que alude o hace uso de Fantasía, cualquiera que sea su finalidad primera: la sátira, la aventura, la enseñanza moral, la ilusión. La misma Fantasía puede tal vez traducirse, con mucho tino, por Magia, pero es una magia de talante y poder peculiares, en el polo opuesto a los vulgares recursos del mago laborioso y técnico. Hay una salvedad: lo único de lo que no hay que burlarse, si alguna burla hay en el cuento, es de la magia misma. Se la ha de tomar en serio en el relato, y no se la ha de poner en solfa ni se la ha de justificar»

Es cuento de hadas o fantástico, en el sentido de que se mueve en Fantasía. «Fantasía cuenta con muchas más cosas que elfos y hadas, con más incluso que enanos, brujas, gnomos, gigantes o dragones: cuenta con mares, con el sol, la luna y el cielo; con la tierra y todo cuanto ella contiene: árboles y pájaros, agua y piedra, vino y pan, y nosotros mismos, los hombres mortales, cuando quedamos hechizados».

Nos encontramos en un mundo diverso y familiar. Fantasía es una tierra que inventamos y a la vez descubrimos, autónoma e independiente, pero íntimamente ligada a nosotros. Es imposible escapar de su influjo, a menos que nos aqueje esa enfermedad de la vida llamada seriedad y «realismo», en el sentido más peyorativo que puede encerrar este término. Porque Fantasía es una tierra alegre y triste, apacible y peligrosa, llena de aventuras, con «un peligro siempre presente» y que requiere de la capacidad de «imaginar».

En el mundo de Rowling cada personaje es humano -incluso los fantasmas, que alguna vez lo fueron- pero se mueve en un universo distinto. Construye personajes definidos, con características propias, muy humanas. Cada cual padece lo propio de su edad y condición: niño o adulto, profesor o alumno, y todos los sentimientos, pasiones y vicisitudes: pereza, valentía, debilidad, soberbia, humildad...

HARRY, SUS AMIGOS Y HOMÓNIMOS

Potter es sencillo, humilde, pero de carácter fuerte. Cuando Hagrid, el gigante, le dice que en el mundo mágico es famoso y en el pub El Caldero Chorreante lo saludan con admiración los parroquianos -magos y hechiceras-, se siente extraño, como si esa admiración y devoción fueran un error; no se considera el mago más famoso que venció al malvado Voldemort, sin siquiera habérselo propuesto, porque nadie puede hacerlo al año de edad.

Harry crece conforme se desarrolla la historia, y sus valores o virtudes crecen por igual, sin estar exento de la debilidad, la ira, el temor, los deseos de venganza, la humillación.

Me parece que también aquí Rowling es deudora de Tolkien. Harry posee características semejantes a Frodo Bolsón, el protagonista de El Señor de los Anillos; seguramente la mayor es considerarse incapaz para la misión que recibe sin buscarla. Pero aparecen igualmente arrojo, valentía, generosidad, ingenio, optimismo y confianza en el personaje protector: Dumbledore, quien aquí ocupa el lugar de Gandalf tiene en El Señor de los Anillos, con las salvedades del caso.
Pero mientras Frodo es adulto, Harry es niño y sus reacciones, debilidades y actitudes son infantiles: le da flojera estudiar, le gusta hacer travesuras y platicar en clase. No es un adulto chiquito. Si lo comparo con Frodo es por la reminiscencia que causa, no porque deban compararse. Son historias diferentes pero similares por pertenecer a Fantasía. El Señor de los Anillos es una historia épica, mientras que Harry Potter es un conjunto de aventuras donde los niños juegan el papel protagónico.

La magia de Harry Potter es deudora de Tolkien y Lewis, pues su autora conoce y admira a ambos, mas no es su repetidora.

El mejor amigo de Harry, Ron, es el penúltimo hijo de los Weasley, una familia pobre. Su pobreza obedece en parte a que son siete hijos. El señor Weasley es un hombre común y corriente, trabaja en el Ministerio de Magia y recibe un sueldo modesto. La madre se afana en los quehaceres del hogar, pues sus recursos no alcanzan para contratar una «elfina doméstica». Su hogar es una casa con añadidos donde viven apretados.

Contrastan con otras dos familias que han aparecido hasta el momento: los Dursley del mundo muggle y los Malfoy del mundo mágico, ambas con hijo único, amplios recursos económicos, una soberbia mayúscula y falta de humanidad y de alegría verdadera, carecen del cariño natural y humano de un hogar.

Hermione Granger, amiga inseparable de Harry y Ron, es una sabelotodo que sólo vive para estudiar. En el cuarto volumen sorprende a todos al conquistar el corazón del jugador estrella de los mundiales de quidditch (un deporte apasionante en el mundo de los magos que, por supuesto, se juega en escobas voladoras). Pero Hermione tampoco es soberbia, soporta el desprecio de cierto sector del mundo mágico por ser hija de muggles, es decir, no es bruja de sangre limpia.
En los personajes vemos, como en un espejo, para seguir parafraseando a Tolkien, los caracteres de personas reales. No porque Rowling lleve a sus historias gente concreta, sino porque resultan verosímiles. Discusiones, pleitos, alegrías y aventuras similares se dan en las escuelas de todo el mundo. A los adultos también les interesan porque en esos niños ven reflejados a los suyos, a otros, e incluso a ellos mismos.

¿MAGIA DIABÓLICA?

Con el éxito editorial y comercial han venido críticas, debates, discusiones y ataques. Incluso se ha acusado a estos libros de inducir a los niños al mal a través de la magia y el vudú. No han faltado críticas en el asunto de Harry Potter por muchos católicos bien intencionados donde se hacen llamados a los padres para que impidan a sus hijos leer los cuentos de Harry Potter.

Lo primero que debemos reconocer es la distinción de dos mundos. Así como en el nuestro rigen las leyes de la naturaleza, en el otro esas leyes pueden ser superadas por técnicas mágicas. Pero, ¿se trata de acciones buenas o malas? Depende. En el mundo mágico de Harry Potter encontramos nítidamente diferenciados los actores buenos y los malos, los personajes viles y los heroicos, quienes desean el reinado del poder por el poder y quienes buscan un desarrollo «natural» que persigue el bien y la verdad.

Harry se encuentra en medio de esta batalla. Su natural carácter lo ha inducido siempre a reconocer y perseguir el bien, pero ha sido decisión propia asumir riesgos mortales para defender este fin. En cada aventura, además, se enfrenta a otros dilemas profundos, como pensar que ciertos personajes son buenos cuando en realidad esconden su malicia, y viceversa.

Una de las mayores riquezas del mundo creado por Rowling es su trasfondo antropológico. Precisamente esa continua sorpresa de no saber quién de los personajes es bueno y quién es malo. Al final se define el carácter moral de cada uno y nos admira esa bondad no descubierta o esa maldad increíblemente escondida. Pero también porque no están determinados a ser buenos o malos, sino que enfrentan su realidad con sus personales elecciones que los convierten en héroes o villanos.

En el corazón del hombre, al menos desde la caída del pecado original, campean el bien y el mal. Cada uno, con sus propias elecciones y acciones va forjando su ser virtuoso o vicioso. Sólo que, como magistralmente dice Tolkien en El Señor de los Anillos, no puede haber alguien tan malvado que no tenga algo de bien en su corazón y pueda elegirlo en el momento culminante de su vida.

NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ

Al debatir este tema, la Agencia Católica de Informaciones (ACIprensa, en Internet), envió un excelente servicio del 6 de agosto de 2001, que enfrenta esos temores que han acuciado a algunos católicos y asustado a ciertas mentes proclives a encontrar al demonio por doquier. El servicio recoge las declaraciones del crítico literario Alan Jacobs, quien se sorprende de que esas personas no se asusten ni traten con el mismo rigor a la técnica contemporánea, en manos de niños y adultos. Para Jacobs, el mundo mágico de Rowling es una metáfora de la tecnología y del papel dominante que cumple en nuestra sociedad. Recuerda que ya para Francis Bacon la ciencia y la magia han sido hermanas en la pretensión de controlar la naturaleza, el mundo y al hombre.
¿Qué es más peligroso -me pregunto-: la maldición asesina «Avada Kedavra» en las manos de lord Voldemort, o la bomba nuclear y la ingeniería genética manipuladora de una posible clonación humana? Hoy sabemos que la tecnología sustituyó desde hace mucho a la magia y pertenece a este mundo primario en el que vivimos.

¿Ocultismo? Son realmente divertidas las narraciones sobre las clases y lo chusco de las materias, como para que alguien pueda creer que son verdad en nuestro contexto. Es tarea de padres y maestros enriquecer a los niños con los productos de su imaginación y enseñarlos a distinguirlos del mundo real.

Tal como plantean las cosas algunos de los críticos que apasionadamente critican el tema, Cri-Cri sería un ser cruento y despiadado que enseña a los niños la crudeza del padre desobligado (La Patita) y la falta de cariño entre los seres (El comal y la olla).

He leído los libros de Rowling dos veces para escribir con responsabilidad, máxime tras leer esas críticas. Sin embargo, no encuentro la santería o el vudú como tampoco la difusión de doctrinas neopaganas, de druidas y «wiccans». En cambio, sí encuentro pasajes donde destacan valores como el desprendimiento personal (la generosidad de Harry para con Ron), el heroísmo para luchar contra el mal a fin de salvar a inocentes (cuando Harry salva a Ginny o Ron se sacrifica en un peculiar juego de ajedrez para que Harry haga jaque mate), una valoración de la familia numerosa y de la riqueza personal sobre la material... y muchos otros valores que la misma autora ha reconocido que proceden de su formación cristiana.

Queda un punto por comentar, ¿ese mundo mágico presentado tan amable y agradablemente no induce hacia un sucedáneo de la religión, que sería el new age? Ciertamente, en manos de padres y educadores está que los niños sepan distinguir entre una y otro.

UN NUEVO MUNDO DE HADAS

En el contexto de magos y hechiceras, ¿qué tipo de cuento es éste? Reitero, ser magos y brujas es la condición natural en el mundo secundario de Rowling. Y es parte del atractivo que lleva a gente de todas las edades a buscar el último ejemplar, a recomendarlo o regalarlo. Son cuentos que pertenecen a Fantasía, no son promotores de magia negra.

Pensemos, por ejemplo, cómo juega Rowling con dos factores que encuadran la existencia humana y que en Fantasía son superados de formas inesperadas: el tiempo y el espacio. Durante todo un curso escolar Hermione consigue asistir a dos clases simultáneas en lugares alejados, práctica que le permitirá resolver y evitar un drama.

Si con Harry Potter y la piedra filosofal descubrimos un mundo nuevo en el universo de Fantasía, con las otras tres novelas disfrutamos la riqueza de ese universo, la pluralidad de vetas y rocas inimaginables en el mundo primario. Los niños se deleitan con la variedad de golosinas mientras los adultos se admiran por lo increíble e impredecible del ser humano retratado en los distintos personajes.

Quizá uno de los efectos mejor logrados por Rowling es esconder hasta el final de cada novela la verdadera identidad del nuevo protagonista. En este terreno plasma de maravilla aquella lección que otro anglosajón, Chesterton, trató en El Club de los Incomprendidos, que también podría haberse llamado «Las apariencias engañan».

La saga de Harry Potter ofrece la riqueza de personajes y situaciones dignos de una gran escritora, y la fecundidad y magia del mundo de Fantasía, que admiran y gustan a todo lector de este género, mar en el que tantos naufragan.

La fecundidad de Fantasía es un peligro si el navegante no es un piloto experto capaz de sortear las rocas y caídas de los arrecifes en sus veloces aventuras, o si se pierde en una navegación sin timón por ese mar apacible con corrientes ocultas y ausencia de viento que pueden conducir al aburrimiento y al tedio.

Joanne K. Rowling posee el don natural enriquecido con la profundidad del estudio y conocimiento de los clásicos que le permite ser campeona de esos ríos y mares. Por eso no debe extrañarnos que los adultos lean las novelas de Harry Potter con tanta fruición como los niños: sin duda nos encontramos frente a una literatura de calidad.

Datos curriculares

Ignacio Ruiz Velasco N. es Licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctor en Filosofía por el Ateneo Académico Romano, Italia. Estudios de Maestría en Comunicación por la Universidad Panamericana. Ha sido profesor en el ITAM y en la Universidad Panamericana.
Cfr. J. R. R. TOLKIEN. Los monstruos y los críticos y otros ensayos. Minotauro. Barcelona, 1998. p. 159.

IBID., p. 160.

IBID., p. 163, n. 23: «A mí me han preguntado con mucha mayor frecuencia: "¿Era bueno? ¿Era malo?" Es decir, que [los niños] estaban más interesados por deslindar el lado Bueno del Malo. Y ésa es una pregunta importante tanto en Historia como en Fantasía».

IBID., p. 164.

IBID., p. 162.

IBID., pp. 140-141.

IBID., p. 140

Publicado en la revista Istmo, No. 257, noviembre-diciembre 2001.