viernes, 16 de febrero de 2007



La nueva publicación de la biografía de Hillaire Belloc sobre María Antonieta coincide con la aparición de la revista Chesterton. No es mal presagio. Belloc (1870-1953), gran amigo de Chesterton, era católico, como éste (aunque desde siempre), y juntos libraron innumerables batallas políticas y sociales. Tan íntima fue su colaboración que George Bernard Shaw, adversario de ambos en más de una ocasión, llegó a hablar de Chesterbelloc.

Belloc era francés, pero adoptó la nacionalidad inglesa cuando empezó su (breve) carrera política. Lo suyo no era la acción, mucho menos la política. La suyo era escribir –y provocar–, y a eso se dedicó toda la vida, con una intensidad tal que acabó agotado. En 1909, fecha de publicación de su María Antonieta, había dado a la imprenta 28 libros. No bajó el ritmo hasta que cayó enfermo, en 1940.

Su madre, inglesa, había vuelto a su país al enviudar, en 1872. Belloc se educó en Inglaterra, pero de su primera nacionalidad le quedó un interés especial por Francia. Entre su copiosísima obra destacan varios trabajos de tema francés. Algunos fueron muy tempranos, como los dedicados a París en 1898 y 1900, la gran biografía del cardenal Richelieu (1929) y la serie de estudios sobre la revolución, entre los que destacan la monografía La Revolución Francesa (1911), una novela histórica (The Girondin) y, sobre todo, un puñado de biografías de algunos de los protagonistas de aquellas jornadas: Danton (1899), la excelente Robespierre (1901) y la que hoy nos ocupa.

Una de las principales preocupaciones de Belloc, si no la principal, y la que probablemente da sentido a toda su obra, es la religión. En coincidencia con Chesterton, Belloc veía en la pérdida de la fe (cristiana) en los países europeos el origen de una gigantesca catástrofe histórica que acabaría con la propia Europa. A este asunto dedicó buena parte de su esfuerzo entre 1920 y 1930, precisamente cuando los totalitarismos se adueñaron de este pedazo de Occidente y estuvieron a punto de acabar con él. Cosa que habrían conseguido de no ser por un país que Belloc conocía bien, por ser su esposa originaria de allí: Estados Unidos.

Belloc bautizó aquel movimiento con el término neopaganismo, que viene a ser no un avance, sino la restauración de una mentalidad precristiana. El neopaganismo se estaba instalando en la mentalidad europea y era incompatible con la tradición cristiana del continente. Si no se le ponía freno, se llevaría por delante la religión y la propia Europa. Con gran lucidez, Belloc supo prever que esa fuerza destructiva no dudaría en aliarse, llegado el caso, con otras tradicionalmente enemigas de la Cristiandad. Pensaba, más en particular, en el Islam.

Todavía no había desarrollado estas grandes ideas cuando escribió su biografía de María Antonieta. Pero es obvio que la preocupación por el destino de la Europa cristiana (no hay otra para él) está presente en cada una de sus páginas.

La desgraciada María Antonieta ha ejercido siempre una fascinación particular, que se ha visto reanimada en los últimos meses con el estreno de una película dedicada al famoso escándalo del collar de diamantes. La editorial Siruela ha publicado un estudio exhaustivo sobre este truculento asunto. Siempre ha estado en circulación, por otra parte, ese clásico del género biográfico que es la María Antonieta de Stefan Zweig (1932).

Zweig debe mucho a Belloc, como es natural, aunque tuvo acceso a documentos –los referidos a la relación amorosa de la reina con el aristócrata sueco Fersen– desconocidos para el escritor inglés. Por otra parte, Zweig es más sensible que Belloc a la intimidad de una mujer que, en su relato, supo elevarse en los últimos momentos hasta la dignidad del papel trágico que la historia le tenía reservado. Belloc no es tan delicado, pero también es un gran escritor, y de su María Antonieta nos interesa hoy, lejos del retrato sentimental de Zweig, la pintura más ruda, pero igualmente fascinante, de las gigantescas fuerzas políticas y culturales de que aquélla fue víctima.

Las paradojas, como en un texto de Chesterton, se suceden una tras otra. María Antonieta, según Belloc, acabó pagando con su vida la alianza entre Austria y Francia, que desnaturalizó la vocación nacional francesa y contra la que se hizo, en parte, la revolución: la reina nunca entendió a Francia, y Francia, país misógino donde los haya, al menos en ciertas cosas, se lo hizo pagar con creces.

También fue víctima de la Revolución Americana, que arruinó a la Monarquía francesa, propició la revolución en el Hexágono y crearía lo que acabaría siendo la única potencia occidental capaz de defender la idea misma de Europa. Y, además, fue víctima de ese primer totalitarismo que, en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se empeñaría a partir de ahí en destruir aquello mismo que invocaba.

María Antonieta, tan antiguo régimen en tantas cosas, acaba siendo tan contemporánea nuestra, o más, que sus verdugos y los cómplices de éstos. Este personaje tan superficial, tan frágil, en más de un sentido tan insignificante y en otros tan antipático, acaba simbolizando aquello mismo contra lo que combatiría Belloc en sus obras futuras, el ya citado neopaganismo.

Esta biografía, superada en algunos asuntos, sigue siendo una obra llena de intuiciones geniales acerca de la Europa que entonces empezó a emerger, sobre la que Belloc reflexionó sin descanso. Nunca se resignó a su triunfo ni se hundió en la desesperación, como sí le ocurrió a Zweig. (Véase a este respecto el ensayo que escribió otro escritor católico, y francés, Georges Bernanos, cuando tuvo noticia del suicidio de Zweig en Brasil, donde él mismo se había refugiado). La obra entera de Belloc, también esta biografía, testimonia de su negativa, tan propiamente británica, a plegarse a lo que con tanta lucidez y tanta febrilidad estaba diagnosticando.

Para terminar, citaré un pasaje del libro:

Cuando una sociedad se está acercando a una convulsión como la que se aproximaba para Francia, el ritmo del cambio aumenta prodigiosamente con cada paso hacia la catástrofe. "¡Eso no puede ocurrir! ¡Tal cosa no puede ni soñarse!". Pero tales cosas llegan a suceder, y por último, todos se sienten impotentes espectadores de un proceso tan fuerte y rápido que no hay ciencia humana que lo pueda detener. La literatura política en tales momentos se dedica sólo a la crítica o a teorizar; ya no defiende su causa; menos aún puede dirigir. Así ocurre hoy en más de una nación de la Europa occidental; así ocurría a fines del reinado de Luis XV.

Como se ve, Hillaire Belloc alcanza cuando quiere la altura de un clásico. Es decir, la de quien está de permanente actualidad.


HILLAIRE BELLOC: MARÍA ANTONIETA. Ciudadela (Madrid), 2007, 510 páginas.

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