miércoles, 28 de marzo de 2007

Los orígenes históricos del cristianismo

Autor: José Miguel García Pérez28-03-2007035/07
Encuentro. Madrid (2007). 352 págs. 16 €.

La figura de Jesús de Nazaret, su historicidad, su vida, su predicación, y su proyección posterior en los cristianos cobra cada día mayor actualidad, incluso en los medios de comunicación que siguen aireando de vez en cuando hipótesis que enturbian la valoración de los evangelios. Por esto es tan importante estudiar y aportar datos sobre la historia bien documentada de Jesús y de los primeros años del cristianismo.

José Miguel García goza de larga experiencia en el trato con universitarios, a los que ha impartido muchos cursos sobre Jesús y sobre el cristianismo. Es además buen conocedor de las ciencias bíblicas y de los documentos antiguos por sus estudios en Washington y en Jerusalén, además de buen teólogo. Ha escrito este libro con el objetivo de disipar dudas e hipótesis imaginarias, aportando amplísima documentación que avala sus afirmaciones.

El libro tiene dos partes. La primera está centrada en la figura de Jesús, su misión como Mesías e Hijo de Dios, su predicación, su vida, muerte y resurrección. La segunda gira en torno a la expansión del cristianismo primitivo en Palestina y fuera de Tierra Santa, contiene dos capítulos sobre la función destacada de Pablo de Tarso y los dos últimos sobre la confrontación del cristianismo con el judaísmo primero y más tarde con la cultura y civilización romana.

Los primeros capítulos recogen los testimonios más antiguos sobre Jesús, en los escritos paganos, en los judíos y en los cristianos. Es ilustrativa y de gran interés la distribución cronológica y temática de los evangelios apócrifos conocidos hasta el momento presente. Trata con precisión y claridad lo que han significado los evangelios gnósticos más difundidos últimamente, el de Tomás y el de Judas.

Acerca de la historicidad de Jesús comenta en nueve capítulos los aspectos más debatidos entre los autores modernos y también los más aireados en prensa o en libros: el poder de perdonar pecados, los milagros, el secreto mesiánico, las razones aducidas en el proceso religioso ante el sanedrín y las invocadas en el proceso político ante Pilato, el sepulcro vacío como señal visible de la resurrección así como las apariciones. No sigue, por tanto un orden cronológico. Más que una vida de Jesús es la exposición de los argumentos serios para fundamentar la historicidad de Jesús y la solidez de los evangelios como fuentes de historia.

La expansión del cristianismo primitivo, el autor dedica los cinco últimos capítulos. En ellos pone de relieve que no hay ruptura entre Jesús y los discípulos de la primera y segunda generaciones. El libro de los Hechos de los Apóstoles, cuyo valor histórico defiende el Prof. García junto con gran número de estudiosos anglosajones, es un magnífico testigo de los primeros pasos de los discípulos, de las dificultades que tuvieron que superar y de la inexplicable difusión de la doctrina.

Tienen también interés los dos últimos capítulos en los que se describe la controversia con los judíos, o mejor, con sus autoridades, seguramente porque los cristianos sufrieron muchas vejaciones y desprecios. Sin embargo nunca renunciaron a sus raíces y buscaron los primeros adeptos entre los propios judíos. Con los romanos tuvieron inicialmente buena acogida, pero con el incendio de la ciudad de Roma el año 62/63 comenzó la persecución de Nerón, como cuenta Tácito en un texto recogido en el libro. A partir de entonces, las persecuciones fueron constantes y cruentas.

En suma, es un libro bien documentado, escrito con sencillez y sentido pedagógico, que aborda aspectos de actualidad e interés sobre Jesús y sobre la Iglesia.

Santiago Ausín. ACEPRENSA.

domingo, 11 de marzo de 2007

Dios se ha puesto de moda



El nuevo año editorial nos ha traído una ristra de libros, ensayos y artículos sobre Dios. En tiempos de crisis renace la teología de la historia que, al fin y al cabo, ha sido siempre teología sobre la providencia de Dios.


Hay polemistas que aprovechan que el siglo XXI será religioso o no será para escribir cosas insustanciales sobre Dios, la divinidad y la Iglesia. Hay editoriales que quieren hacer su primavera y ofrecen una de cal y otra de arena: un libro sobre el Dios que existe, que se manifiesta en Jesucristo, que es raíz y razón de la vida, y otro sobre un dios escondido por entre las páginas de la historia, que se oculta del hombre y que teme a la libertad.

¿Es Dios un tema recurrente que aflora por temporadas? ¿Acaso esta afluencia de novedades editoriales sobre Dios es una manifestación de la necesidad que habita en el hombre? ¿Pero no quedamos en que estábamos satisfechos con lo que tenemos, con nuestra calidad y cantidad de vida? ¿Qué falta nos hace pensar sobre Dios si es más cómodo vivir como si Dios no existiese?
Dios, de nuevo, en el horizonte de los occidentales, observadores de cómo Occidente lucha contra Occidente. El Dios de los filósofos contra o con el Dios de los teólogos; la razón y la fe. El profesor Alejandro Llano ha roto, hace ya algún tiempo, las ataduras del pensamiento políticamente correcto; ahora ha escrito un nueva suma filosófica del sentido común sobre la experiencia de Dios, que es siempre experiencia de lo humano sin ser sólo lo humano. Dios, como la vida, es una apuesta, una paradoja; ¿acaso el hombre no lo es? Lo curioso es que Dios es una apuesta que ya tenemos ganada. Su título es En busca de la trascendencia. Encontrar a Dios en el mundo actual (Ariel).

¿Qué problemas tiene el hombre contemporáneo con Dios? ¿Qué cuentas pendientes? ¿Acaso la de la razón, la de la libertad, la de la voluntad de querer otra naturaleza, de desear otro ser hombre? El primer problema que el hombre tiene para experimentar la presencia de Dios es su limitada comprensión de lo que es la experiencia. Reducida ésta a lo sensible, a lo sensorial, al gusto y al tacto, a lo tangible, a lo que produce placer, a lo contante y sonante, se ha ocultado lo que desvela la realidad: el misterio que la funda, que la conduce a la plenitud, que le da sentido.

¿Y el sentido? ¿Y la acción? En nuestra época el hombre se ha hecho, por vía de la acción, íntegra, plenamente problematizado. Sin embargo, el sentido de la vida del hombre no es un problema, es un misterio. No cabe objetivar la cuestión por el sentido porque es el que se pregunta por el sentido quien tiene el problema del sentido. No son juegos de palabras. El problema necesita una solución, a no ser que sea un problema falso, una aporía. El misterio necesita que se desvele, que resplandezca, para que adquiera su plenitud. Si nos enfrentamos a nuestros problemas de fondo, estamos tocando el sentido de nuestro fondo. El problema se tiene; el misterio se es. Somos misterio para nosotros, para los otros, para Dios.

Sólo el misterio explica el misterio. Karl Jaspers sostenía que la tensión hacia la trascendencia es lo propio y lo constitutivo de la existencia humana. La tensión se convierte hoy en vértigo; vivimos con el vértigo de la vida, de la velocidad, de la necesidad imperiosa de nuevas y siempre fascinantes experiencias. Tenemos muchos datos sobre el hombre pero muy pocos sobre lo que es el hombre. La biotecnología se ha convertido en la base del próximo gran ciclo económico, en el fondo del nuevo ciclo de definición de lo humano. Sabíamos ya que el hombre no es biología, es biografía, escrita con renglones torcidos de libertad. Una biografía que tiene una línea discontinua al comienzo y otra continua al final.

Hay polemistas profesionales –de qué se trata que me opongo– que siguen pensando que Dios, y la vida eterna, son rémoras del pasado. Instalados en la vida perdurable no les afecta la vida eterna más que para pensar en cómo puede haber personas que siguen creyendo en un "superpadre justiciero e infinito, en la resurrección de los muertos y en la vida perdurable". Pues no, señor Savater, ni superpadre justiciero, ni supernanny arregla-todo, ni nada que se le parezca. La falacia de los que pretenden deslegitimar a los creyentes arranca de que al pensar en Dios, sobre Dios, están pensando sobre imágenes falseadas de Dios que se dan, las más de las veces, por intereses varios en la historia. Pensar y hablar hoy sobre Dios –como ayer, como siempre– y sobre la vida eterna no es más que conocer y reconocer la gramática del amor. Si tiene dudas, señor Savater, lea a Benedicto XVI.

José Francisco Serrano Oceja

sábado, 10 de marzo de 2007

Los demonios de C. S. Lewis

Aunque personas muy serias y con criterio moral me habían hablado muy bien de los libros de Lewis (1898-1963), y aunque yo sabía que tanto en EEUU como en todo el mundo de habla inglesa este irlandés está considerado un clásico contemporáneo, no lo he leído hasta hace muy pocos días.


Fue por pura casualidad. Compré dos libros de Lewis que me encontré en una librería, mientras buscaba la última novela de Julian Barnes. Los adquirí no sólo por seguir las recomendaciones de mis amigos, sino porque eran libros bastante leídos y, además, breves. El primero, Cartas del diablo a su sobrino, va por la duodécima edición y el otro, Una pena en observación, está en la novena.

El autor fue un famoso profesor de literatura medieval y renacentista; por lo visto, su libro Sobre el amor corteses una referencia imprescindible de los profesores de literatura de medio mundo. Fue gran amigo de Tolkien, el de El señor de los anillos, a quien dedicó el primer libro citado. Formó parte del grupo de escritores selectos de los años treinta. Su obra es amplia en el ámbito de la creación y la investigación literaria. Fue también autor de éxito en el campo de la ciencia ficción, por ejemplo, Más allá del planeta silencioso, y de los relatos infantiles, por ejemplo, Crónicas de Narnia. El cine lo ha tratado con cariño. Entre otras obras, Una pena en observaciónfue llevada al cine con el título Tierra de penumbras, protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger, y dirigida por Richard Attenborough.

Lewis fue ateo hasta 1929, que se convirtió al cristianismo, según relató en su Cautivado por la alegría. Admitió "que Dios es Dios" y, a partir de esa conversión, construyó una de las obras literarias y apologéticas más importantes del siglo pasado. Cartas del diablo a su sobrinoes una novela corta, publicada en 1942, a la vez que un ensayo de carácter religioso y ético. Son las epístolas de un demonio viejo y jubilado, Estrutopo, a su sobrino inexperto, Orugario, que acaba de ser asignado como tentador de un joven inglés residente en Londres. Todas las cartas son ensayos inteligentes para inducir al pecado al paciente y enfrentarse al Enemigo (Dios) en la lucha por el alma del humano. Dice las cosas más serias, como dice un amigo, sin perder la sonrisa.

Si tuviera que seleccionar un argumento de los muchos que aquí se esgrimen, no dudaría en recoger su crítica genial a cómo los humanos se apartan de la realidad mediante el pretexto de lo real. El presente y la eternidad son cuestionados por un futuro tan falso como inexistente. La actividad básica del demonio es mantener a los humanos apartados de lo real. Objetivos claves del demonio son el fomento de las falsas esperanzas, el evitar que los individuos se entreguen a algo con autenticidad, el presentar un hecho físico al margen del resto de la experiencia humana, hurgar en las dificultades del perseverar, alimentar falsas espiritualidades y, en fin, criticar y criticar la excelencia y el esfuerzo hasta que el hombre se haga un cínico completo.

Por encima de las estrategias literarias trazadas por el autor, la obra muestra de modo genial el principal límite del demonio que, en realidad, es el de nuestra época está poseída por sus poderes: la imposibilidad de concebir la virtud. El demonio, a pesar de tener un rango superior a los humanos, en verdad, es un ser espiritual superior, no puede comprender el bien. No puede, por ejemplo, concebir que el ser humano tenga un cuerpo, no acepta en modo alguno "querer vivir el cuerpo". No concibe la capacidad de que Dios ame a los hombres, de que algo salga bien, de que las virtudes, en fin, sean buenas. Naturalmente, tampoco sabe qué es la alegría. Las páginas dedicadas a la risa son portentosas. El diablo carece de sentido del humor.

Porque la actividad básica del demonio es mantenernos apartados de la realidad, no admitirá en modo alguno los placeres básicos y sencillos del ser humano, por ejemplo, pasear, leer un libro y entregarnos a "la aparición de una sola carne". En verdad, para el diablo, el hombre es una ofensa. El demonio percibe a Dios como un monstruo. El diablo está muerto de hambre. El diablo no quiere que crean en él. Mientras que Dios emplea los males como medios para producir bienes, el diablo emplea las virtudes humanas (que él no puede producir) para producir vicios.

Desde el punto de vista de la apologética cristiana, que no es el que aquí me interesa, hay dos asuntos de extraordinaria actualidad. El primero se refiere al concepto de amor en el pensamiento cristiano. Y, el segundo, a la proliferación y adoración de "Jesuses históricos" para negar la esencia del cristiano. Lewis, en 1942, se adelanta a las posiciones más serias de la "apologética" actual sobre el amor, porque muestra con brillantez que la inteligencia del demonio, que es mucha y perseverante, no le alcanza para entender el amor y el placer. Por eso, precisamente, siempre antepone el deber al placer. El cinismo es todo. De ahí que el peor enemigo del diablo no sea Dios sino otro diablo.

La jerga, y no la argumentación, es su mejor aliado. Y, en cualquier caso, hay que mantener las ideas de sus tentados vagas y confusas y, por supuesto, nadie puede dejar de vivir bajo un doble patrón de conducta. El demonio es el cínico completo con un doble objetivo: minar la fe e impedir la formación de virtudes. De los muchos temas claves de la psicología, o mejor, del alma del hombre contemporáneo, hay uno que enlaza con la segunda de las obras recomendadas. Es, en efecto, en la desgracia, en el infortunio, donde más éxito pueden obtener los demonios. Lewis, en este punto, es grandioso: gracias a la literatura, no entro en el asunto de la creencia, el ámbito operativo del diablo es superado.

Merced a un proceso literario magistral y auténtico, cuyo resultado son estas cien páginas, la pena, la desgracia y la desdicha más tremenda por la pérdida de su amada son llevadas hasta allí dónde el ser humano tiene que reconocer que "no somos capaces de entender. Puede que lo que menos entendamos sea lo mejor". La narración del profundo dolor que le produjo la desaparición de su esposa y, sobre todo, de la superación de este hecho pervivirá como un gran modelo en la lucha del hombre contra el mal.

El vacío, la soledad, la impotencia, el recuerdo, el amor, la fe, la esperanza, la confrontación con Dios, etcétera, toca el alma de los lectores, pero no más que la exposición de cómo se va reponiendo, cómo vuelve a lo cotidiano, al pensar con profundo respeto la vida de la persona amada y desparecida. Ambos procesos son impresionantes. En este libro Lewis parecer llegar al fondo de sí mismo, y lo muestra con hermosura literaria, a través de la radical experiencia del amor, el sufrimiento y la esperanza.

Conclusión: la literatura nos salva. Sin la experiencia de la escritura, del trabajo literario, hubiera sido imposible la catarsis, o mejor, la curación de Lewis. ¿No será esto obra del "demonio de la literatura"?

C. S. LEWIS: CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO. Rialp, 12ª edición. Madrid, 2006, 140 páginas.
C. S. LEWIS: UNA PENA EN OBSERVACIÓN. Anagrama, 9ª edición. Barcelona, 2005, 103 páginas.

Agapito Maestre.

jueves, 8 de marzo de 2007

Cristina Kaufmann, un testimonio de inteligencia cristiana



La productora Eu-logos Media, y su director Francesc Grané, han lanzado al mercado un documento audiovisual de bastante interés. Se trata de un mediometraje en formato DVD, de 31 minutos de duración, que recoge una entrevista hecha por Grané en 1998 a la que fue priora del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Carmelitas Descalzas de Mataró durante más de veinte años, la madre Cristina Kaufmann, cuyo nombre de religión era Cristina María de la Divina Gracia. Se consigue a través de la librería Claret. Kaufmann falleció hace un año.


En dicha entrevista, la madre Cristina es preguntada sobre diversos aspectos de su vida y de su fe. Ella, con sencillez, va respondiendo sin premeditación ni recurso a respuestas sabidas. Piensa en voz alta y hace un ejercicio de inteligencia admirable, poniendo en juego su razón libre y abierta ante las cuestiones que le ponen delante. En todo momento se nota que no es una mujer que "defienda" principios o proteja su fe: por el contrario, ella hace un ejercicio de libertad gracias a su fe, una fe que lejos de anclarla a esquemas, le abre la razón a un horizonte ilimitado.

Por poner un ejemplo, cuando es preguntada por la reacción de Enrique Múgica ante el asesinato de su hermano a manos de la banda criminal ETA, cuando declaró: "Ni olvido ni perdono", Cristina Kaufmann evita caer en el tópico, y en el recurso a la receta de sabor evangélico, y juzga el hecho desde su experiencia humana, y desde su camino cristiano, y ofrece un juicio que, a la vez que salva a Múgica de una manera novedosa, señala también lo inacabado de esa proclama rencorosa, y nos habla de la incapacidad del ser humano de perdonar, y de la necesidad del don de Dios.

Del mismo modo es preguntada sobre el sexo, sobre la oración, sobre el alejamiento de los jóvenes de la Iglesia, sobre la soledad, sobre la relación del cristianismo con las otras religiones. En este último caso vuelve a hacer un uso limpio y sano de la razón. Viene a decir: "Yo soy cristiana, porque habiendo nacido en el seno de una tradición y familia cristianas, he hecho un trabajo de verificación de esa propuesta, y he encontrado una respuesta sobreabundante a mi sentido religioso. Por ello no experimento la necesidad de buscar en otro lado". Es decir, no habla de forma deductiva de la Verdad y la defensa de sus consecuencias, sino que hace el camino inverso, partiendo de su experiencia elemental. Esa libertad de juicio conlleva también el riesgo de no atinar con un juicio preciso, y algunas opiniones, por ejemplo en relación con los avances científicos en materia sexual y la Iglesia, pueden resultar más discutibles.

Sin duda lo mejor del documental es la entrevista en sí. Pero hay otros elementos de resultados más discutibles. Uno es el recurso a imágenes simbólicas de transición entre respuesta y respuesta, imágenes de cirios, de personas caminando de la mano o de túneles que, aunque tienen un sentido bíblico claro que el director Grané ha querido plasmar, le dan un aire "años setenta" que contrasta con la altura y densidad de las declaraciones de la carmelita. Digamos que esas imágenes entroncan con una tradición de montaje audiovisual típica de colegio religioso de los años inmediatos al Concilio, imágenes que a un joven de hoy le pueden resultar en exceso chocantes. Otro elemento es la música, muy variada, que en algunos casos es excelente, más en la primera parte, y en otros, en el tramo final, más discutible, compartiendo el mismo problema que hemos apuntado al hablar de los símbolos. Por último un tercer elemento son los textos de Santa Teresa, San Juan de la Cruz o San Agustín, que sirven para entroncar los pensamientos de Cristina Kaufmann con las grandes tradiciones espirituales y místicas de la Iglesia.

Todo está rodado en planos cortos, porque el primer espectáculo es el rostro de Kaufmann, que además de ser hermoso, es un reflejo de inteligencia y humanidad conmovedor y contagioso. Es muy importante que los no catalanes vean el DVD con subtítulos en castellano, pues verlo doblado es renunciar a lo mejor del documental, la voz sentida y precisa de la carmelita. En fin, un testimonio que merece la pena rescatar y saborear serenamente como una ayuda en nuestro propio camino personal.

Juan Orellana

miércoles, 7 de marzo de 2007

El disfraz de don carnal

La realidad de un acontecimiento es su carga de futuro. Hemos entrado en la cuaresma. El mundo está cargado de incógnitas que son falsas. Rueda de entretenimiento, carpe diem, todo fluye; el budismo y las nuevas formas de gnosticismo son hoy lo que enganchan, atrapan y esclavizan.


El mundo siempre ha existido para el hombre dos veces: una como naturaleza y otra como cultura. Estamos obsesionados con la búsqueda de lo natural; alimentos naturales, medicinas naturales, parajes y paisajes naturales; pero hemos olvidado la naturaleza de lo natural.
Quien ha experimentado la paternidad sabe que un nacimiento cambia nuestra percepción del tiempo. Cuaresma no es lo que viene después del Carnaval. La Cuaresma es el anuncio de un futuro cargado de esperanza. Los creyentes, al fin y al cabo, sabemos cómo termina la novela de la vida. Dios y el hombre se dan la mano en la Cuaresma, en los cuarenta días previos al acontecimiento cristiano por excelencia. Dios, en la Pascua, que es lo que da sentido a la Cuaresma, se entrega definitivamente al mundo, al hombre.

La fe ha inspirado a lo largo de los siglos la creatividad del hombre. Hoy, la cuaresma de lo humano es repetición sin sentido de una canción que no tiene fin. La estética del disfraz es la estética del movimiento, del quita y pon del corazón, del amor, de lo bello. Nuestro mundo es un mundo de quita y pon; quita un matrimonio para poner otro; quita una amistad para poner otra; quita un hijo para ponerme yo. Quítate tú, que sobras, para poner a quien yo prefiera. Así es el disfraz de don carnal; un hábito de quita y pon.

Benedicto XVI está empeñado en explicarnos la naturaleza de Dios para que comprendamos la naturaleza del hombre. Quien pretendió, en la historia, quitar a Dios para poner al hombre, ahora no tiene ni a Dios ni al hombre. En su pedagogía de Dios, el Papa no olvida que el amor es lo único digno de fe. El amor es el ceñidor de los acontecimientos en la historia. El Papa cita, en su mensaje con motivo de la Cuaresma, al teólogo bizantino Nicolás Cabasilas, cuya teología estaba muy influida por Platón. En uno de sus más famosos textos, la "Vida en Cristo", escribe: "Los hombres que tienen en sí un anhelo tan impetuoso que sobrepasa su naturaleza, desean fervientemente y son capaces de llevar a cabo cosas que trascienden el pensamiento humano". El anhelo de Dios, de la fraternidad del hombre, de la alianza entre las personas, entre los pueblos, entre las naciones, no puede ser otro que el anhelo de la alianza en el amor. Un amor que se vive y que se expresa; la santidad y la estética.

También es de Joseph Ratzinger esta reflexión, que bien pudiera ser nuestro mensaje de eros y agapé en la Cuaresma: "La verdadera apología del cristianismo, la demostración más convincente de su verdad contra todo o que lo niega, la constituyen, por un lado, los santos, y por otro, la belleza que la fe ha generado. Para que hoy la fe se pueda extender, tenemos que conducirnos a nosotros mismos y guiar a las personas con las que nos encontramos al encuentro de los santos y a entrar en contacto con lo bello".

José Francisco Serrano Oceja

CARTAS DESDE IWO JIMA



¿Una nueva ideología bélica?

Clint Eastwood ha hecho un experimento que podía haberle salido muy bien pero que ha resultado regular. Se trata de contar la decisiva batalla de Iwo Jima de 1945 a través de dos películas, una vista desde la perspectiva americana (Banderas de nuestros padres) y otra desde la nipona (Cartas desde Iwo Jima).


En primer lugar recordemos los hechos, pues se trata de películas históricas. En el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, los aliados necesitaban bases aéreas cercanas a Tokio para atacar el corazón del Imperio del Sol Naciente con las superfortalezas volantes B-29. Las bases que tenían en China no les permitían autonomía suficiente para volar a la metrópoli nipona, y además en la zona de islas llamada Nanpo Shoto –donde radicaba Iwo Jima– los japoneses tenían radiolocalizadores que dificultaban las acciones aéreas. Así pues, tomar la infértil y pequeña isla de Iwo Jima era vital para acabar la guerra del Pacífico, ya que además allí los aliados podrían disponer de tres aeródromos.

Conviene no olvidar que estamos hablando de la guerra contra el Eje, contra el fascismo y contra Hitler, porque parece que tácitamente se impone una ideología pseudopacifista por la que los americanos casi deberían arrepentirse de haber atacado Japón. Los que piensan así, creen en el fondo que si Afganistan e Irak son venganzas del 11-S, Hiroshima y Nagasaki serían venganzas de Pearl Harbour. Dejando de lado este esquematismo de raíz marxista –como casi todo lo que se vende hoy en el supermercado intelectual– refresquemos algunos datos realmente imponentes. En Iwo Jima lucharon más de 60.000 marines contra 21.300 japoneses. Los americanos tuvieron 4.891 bajas, y unos 2.000 heridos. Los japoneses contaron 21.000 bajas (en realidad sólo se salvaron 212 soldados, que fueron hechos prisioneros).

Cabría pensar que los americanos entraron como Pedro por su casa, pero como muestran con mucha exactitud los dos films de Eastwood, eso no es cierto. El desembarco en la playa fue una carnicería, y allí y en los alrededores del monte Suribachi es donde cayeron casi todos los americanos en un lapso de menos de 24 horas, y tengamos en cuenta que se tardó un mes en conquistar la isla. El balance –estremecedor– es que por cada soldado nipón, los americanos descargaron dos toneladas de explosivos con el resultado de un caído americano por cada cuatro japoneses.

Dicho esto, nos encontramos con que Clint Eastwood opta por prescindir del contexto histórico objetivo –la lucha trascendental entre el modelo democrático aliado y el modelo totalitario– y se centra en el plano subjetivo: la experiencia del soldado. Esto en sí ya es de dudosa licitud, pues la experiencia personal del soldado de aquellos años era inseparable de su conciencia histórica: tenían asumida una conciencia clara de "misión histórica". Sin embargo, Eastwood aplica los criterios actuales de una sociedad escéptica y sin ideales sobre un mundo mucho más idealista que el nuestro. Es decir, ese existencialismo sombrío y resignado que vemos en muchos personajes de ambos films –sobre todo en Cartas desde Iwo Jima– posiblemente tiene más de proyección de un americano irritado con la Guerra de Irak que de fiel reflejo histórico.

Esta proyección acrónica, que en gran medida es inevitable y es una característica del cine –¿no proyectó Bergman en su caballero medieval Antonius Block el existencialismo post-Yalta?– se vuelve más opaca en Eastwood cuando comprobamos que no nos cuenta nada original, que los temas que aborda ya los hemos visto muchas veces en el cine de Kubrick, David Lean, Spielberg, Tavernier, y muchos otros. No estoy diciendo que Cartas desde Iwo Jima –la mejor de las dos y que opta entre otros, a los Oscar a Mejor Película, Mejor Director y al Mejor Guión Original– sea una mala película. Digo que no es la obra maestra que podía haber sido. Está muy bien rodada, y las escenas puramente bélicas deben ser bastante parecidas a lo que ocurrió en la realidad de aquel mes de febrero de 1945.

Lo que más me interesa es el homenaje que el film supone para el teniente general Kuribayashi, uno de los mejores militares que tenía el Ejército del Emperador, y cuya encarnación por el gran actor Ken Watanabe es excelente. De hecho es increíble que no esté nominado a los Oscar dado que su trabajo es mejor que el de Peter O´Toole en Venus, por ejemplo. Y este personaje es interesante porque encarna a un hombre íntegro, muy militar pero muy racional, y por ello muy humano. No puedo juzgar si se parece al Kuribayashi real –aunque la película se inspira en sus memorias–, pero como personaje de guión tiene una construcción muy conseguida.Otro aspecto que impide al film tocar la inmortalidad es una cuestión de estilo que caracteriza algunas películas de Eastwood: su frialdad emocional. No se puede decir que eso sea un defecto, es una opción legítima. Pero una historia de este tipo, en la que todo "es ya sabido", requiere un plus de emotividad que permita al espectador identificarse más con los personajes. Ciertamente hay momentos de gran sentimiento, como la despedida del soldado de su hijo aún creciendo en el vientre materno, pero no es el tono que domina el film. En cualquier caso, Cartas desde Iwo Jima no debería arrebatarle el Oscar a Babel.

Juan Orellana