sábado, 10 de marzo de 2007

Los demonios de C. S. Lewis

Aunque personas muy serias y con criterio moral me habían hablado muy bien de los libros de Lewis (1898-1963), y aunque yo sabía que tanto en EEUU como en todo el mundo de habla inglesa este irlandés está considerado un clásico contemporáneo, no lo he leído hasta hace muy pocos días.


Fue por pura casualidad. Compré dos libros de Lewis que me encontré en una librería, mientras buscaba la última novela de Julian Barnes. Los adquirí no sólo por seguir las recomendaciones de mis amigos, sino porque eran libros bastante leídos y, además, breves. El primero, Cartas del diablo a su sobrino, va por la duodécima edición y el otro, Una pena en observación, está en la novena.

El autor fue un famoso profesor de literatura medieval y renacentista; por lo visto, su libro Sobre el amor corteses una referencia imprescindible de los profesores de literatura de medio mundo. Fue gran amigo de Tolkien, el de El señor de los anillos, a quien dedicó el primer libro citado. Formó parte del grupo de escritores selectos de los años treinta. Su obra es amplia en el ámbito de la creación y la investigación literaria. Fue también autor de éxito en el campo de la ciencia ficción, por ejemplo, Más allá del planeta silencioso, y de los relatos infantiles, por ejemplo, Crónicas de Narnia. El cine lo ha tratado con cariño. Entre otras obras, Una pena en observaciónfue llevada al cine con el título Tierra de penumbras, protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger, y dirigida por Richard Attenborough.

Lewis fue ateo hasta 1929, que se convirtió al cristianismo, según relató en su Cautivado por la alegría. Admitió "que Dios es Dios" y, a partir de esa conversión, construyó una de las obras literarias y apologéticas más importantes del siglo pasado. Cartas del diablo a su sobrinoes una novela corta, publicada en 1942, a la vez que un ensayo de carácter religioso y ético. Son las epístolas de un demonio viejo y jubilado, Estrutopo, a su sobrino inexperto, Orugario, que acaba de ser asignado como tentador de un joven inglés residente en Londres. Todas las cartas son ensayos inteligentes para inducir al pecado al paciente y enfrentarse al Enemigo (Dios) en la lucha por el alma del humano. Dice las cosas más serias, como dice un amigo, sin perder la sonrisa.

Si tuviera que seleccionar un argumento de los muchos que aquí se esgrimen, no dudaría en recoger su crítica genial a cómo los humanos se apartan de la realidad mediante el pretexto de lo real. El presente y la eternidad son cuestionados por un futuro tan falso como inexistente. La actividad básica del demonio es mantener a los humanos apartados de lo real. Objetivos claves del demonio son el fomento de las falsas esperanzas, el evitar que los individuos se entreguen a algo con autenticidad, el presentar un hecho físico al margen del resto de la experiencia humana, hurgar en las dificultades del perseverar, alimentar falsas espiritualidades y, en fin, criticar y criticar la excelencia y el esfuerzo hasta que el hombre se haga un cínico completo.

Por encima de las estrategias literarias trazadas por el autor, la obra muestra de modo genial el principal límite del demonio que, en realidad, es el de nuestra época está poseída por sus poderes: la imposibilidad de concebir la virtud. El demonio, a pesar de tener un rango superior a los humanos, en verdad, es un ser espiritual superior, no puede comprender el bien. No puede, por ejemplo, concebir que el ser humano tenga un cuerpo, no acepta en modo alguno "querer vivir el cuerpo". No concibe la capacidad de que Dios ame a los hombres, de que algo salga bien, de que las virtudes, en fin, sean buenas. Naturalmente, tampoco sabe qué es la alegría. Las páginas dedicadas a la risa son portentosas. El diablo carece de sentido del humor.

Porque la actividad básica del demonio es mantenernos apartados de la realidad, no admitirá en modo alguno los placeres básicos y sencillos del ser humano, por ejemplo, pasear, leer un libro y entregarnos a "la aparición de una sola carne". En verdad, para el diablo, el hombre es una ofensa. El demonio percibe a Dios como un monstruo. El diablo está muerto de hambre. El diablo no quiere que crean en él. Mientras que Dios emplea los males como medios para producir bienes, el diablo emplea las virtudes humanas (que él no puede producir) para producir vicios.

Desde el punto de vista de la apologética cristiana, que no es el que aquí me interesa, hay dos asuntos de extraordinaria actualidad. El primero se refiere al concepto de amor en el pensamiento cristiano. Y, el segundo, a la proliferación y adoración de "Jesuses históricos" para negar la esencia del cristiano. Lewis, en 1942, se adelanta a las posiciones más serias de la "apologética" actual sobre el amor, porque muestra con brillantez que la inteligencia del demonio, que es mucha y perseverante, no le alcanza para entender el amor y el placer. Por eso, precisamente, siempre antepone el deber al placer. El cinismo es todo. De ahí que el peor enemigo del diablo no sea Dios sino otro diablo.

La jerga, y no la argumentación, es su mejor aliado. Y, en cualquier caso, hay que mantener las ideas de sus tentados vagas y confusas y, por supuesto, nadie puede dejar de vivir bajo un doble patrón de conducta. El demonio es el cínico completo con un doble objetivo: minar la fe e impedir la formación de virtudes. De los muchos temas claves de la psicología, o mejor, del alma del hombre contemporáneo, hay uno que enlaza con la segunda de las obras recomendadas. Es, en efecto, en la desgracia, en el infortunio, donde más éxito pueden obtener los demonios. Lewis, en este punto, es grandioso: gracias a la literatura, no entro en el asunto de la creencia, el ámbito operativo del diablo es superado.

Merced a un proceso literario magistral y auténtico, cuyo resultado son estas cien páginas, la pena, la desgracia y la desdicha más tremenda por la pérdida de su amada son llevadas hasta allí dónde el ser humano tiene que reconocer que "no somos capaces de entender. Puede que lo que menos entendamos sea lo mejor". La narración del profundo dolor que le produjo la desaparición de su esposa y, sobre todo, de la superación de este hecho pervivirá como un gran modelo en la lucha del hombre contra el mal.

El vacío, la soledad, la impotencia, el recuerdo, el amor, la fe, la esperanza, la confrontación con Dios, etcétera, toca el alma de los lectores, pero no más que la exposición de cómo se va reponiendo, cómo vuelve a lo cotidiano, al pensar con profundo respeto la vida de la persona amada y desparecida. Ambos procesos son impresionantes. En este libro Lewis parecer llegar al fondo de sí mismo, y lo muestra con hermosura literaria, a través de la radical experiencia del amor, el sufrimiento y la esperanza.

Conclusión: la literatura nos salva. Sin la experiencia de la escritura, del trabajo literario, hubiera sido imposible la catarsis, o mejor, la curación de Lewis. ¿No será esto obra del "demonio de la literatura"?

C. S. LEWIS: CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO. Rialp, 12ª edición. Madrid, 2006, 140 páginas.
C. S. LEWIS: UNA PENA EN OBSERVACIÓN. Anagrama, 9ª edición. Barcelona, 2005, 103 páginas.

Agapito Maestre.