viernes, 24 de agosto de 2007

'Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental', por Thomas E. Woods Jr.

Además de Grecia y Roma, el cristianismo aportó una liberación de la razón: universidades, cinetíficos, derechos y cultura.

La era de la información es también la de los tópicos. Se queja el autor de la imagen sesgada, cuando no directamente manipulada que tienen los americanos de la Iglesia católica y de su historia. Digamos que, lamentablemente, lo mismo pasa en Europa y que, incluso los mismos creyentes contemplan su pasado con una mezcla de resignación y sonrojo.

Lo cierto es que sin la Iglesia Europa no existiría como tal y por tanto tampoco la cultura occidental. Esta verdad, conocida por los estudiosos que no se acercan a los hechos con las anteojeras del anticlericalismo, no ha llegado al amplio público que sigue viviendo de los slogans que repiten los medios y cacarean los pedantes desde los púlpitos del resentimiento. Hacen falta obras divulgativas que den a conocer el papel decisivo del cristianismo. Estamos ante una de ellas.

Thomas E. Woods aprovecha las investigaciones recientes que empiezan a hacer justicia al pasado y ponen en evidencia que, sin el catolicismo, Europa no habría pasado del estado de barbarie. Para ilustrarlo sigue un método bien simple. Toma en consideración algunos puntos importantes: la ciencia, la Universidad, el Arte, la economía, el Derecho… y muestra como la Iglesia fue la matriz decisiva para su progreso.

Es cierto que la cultura occidental bebe también de otras fuentes, como Grecia o Roma, que fue una especie de cruce de caminos actuando de transmisora de los mejor de la cultura antigua, pero el cristianismo aporta un factor decisivo.

Simplificando podríamos decir que libera a la razón y la conduce hacia lugares que pensaba imposibles. Es por ello que mientras la cultura china colapsa, a pesar de haber hecho algunos descubrimientos antes que Occidente, en Europa alcanza verdadera carta de naturaleza.

Haciendo un poco de historia

Muy interesante el apunte sobre el papel de la Edad Media al respecto, que de oscuro
no tiene más que las legañas con que la miran los orgullosos ilustrados.

Pero, además, ¿por qué el papado protege y alienta las Universidades? ¿Sabe alguien hoy que muchos científicos fueron religiosos o sacerdotes? ¿Se reconoce el papel de los monjes y los monasterios en la educación de lo que después sería Europa y que gracias a ellos muchas tierras baldías se volvieron cultivables?

¿Por qué se ignora que el Derecho internacional, de gentes en la terminología de la época, nació en la Universidad de Salamanca de la mano de sesudos dominicos? Estas y muchas otras preguntas dejarán de hacerse después de la lectura de este ameno e informado libro.

Lo recomendamos para el lector medio, pero especialmente para el estudiante que ha de soportar la vacuidad de la LOE en los centros de enseñanza media. Una vez más la divulgación no significa pérdida de calidad en la exposición ni de rigor.

lunes, 20 de agosto de 2007

Ingmar Bergman. La muerte ganó la partida

Antonius Block tuvo más fortuna. Supo llegar al jaque mate de la Muerte con la paz de haber encontrado un cierto sentido a su vida. Su creador, Ingmar Bergman, se ha ido con su angustia sin resolver.

Con él se ha ido uno de los últimos existencialistas modernos. Después de él sólo queda postmodernidad light. Ha muerto uno de los últimos mohicanos del cine más sólido europeo del siglo XX. Quedan Rohmer, Olmi y Oliveira. Bergman llenó las salas de los cines y de los teatros de espectadores llenos de preguntas sobre el sentido de la vida, de la muerte, del dolor y de la existencia de Dios. Bergman luchó con su tradición luterana hasta hacerla trizas, transformando su pregunta religiosa en un grito sordo lanzado a la nada.
Con él desparece lo que una generación entera de cinéfilos llamó “cine de tesis”, desaparece el que supo llevar a sus actores a las más altas cotas de la interpretación, el que situó al primer plano en la cumbre de los recursos expresivos.

A lo largo de los años Bergman fue evolucionando, desde la búsqueda incansable de un alma metafísica hasta un ronco escepticismo desencantado. Sus grandes cuestiones filosóficas de sus primeros títulos dejaron paso a una obsesiva y asfixiante disección sin horizonte de las relaciones sentimentales. Una conciencia de culpa cerrada sobre sí misma se cierne sobre los personajes de sus últimas películas, incluso en las que sólo figura como guionista.

Con su gran interrogante sin responder

Su gran testamento fue Fanny y Alexander, aunque no su
última película. En aquella obra maestra, Bergman convocó a sus grandes temas para un último y sonado levantamiento de telón. La dirección artística más deslumbrante de toda su carrera arropó un repertorio de altura en el que se dieron cita cuestiones biográficas, dudas metafísicas, ajustes de cuentas y heridas sin curar. Todo ello para concluir con las siguientes palabras en boca de uno de los personajes: “Nosotros no hemos venido al mundo para desvelar sus misterios, no estamos equipados para semejantes menesteres y es mejor que ignoremos los grandes interrogantes, porque vivimos en nuestro pequeño mundo. Nos contentamos con eso. [...] Pero para ello es necesario saber hallar el placer en este nuestro pequeño mundo: buena comida, amables sonrisas, árboles frutales en flor, melodiosos valses...”

De esta manera, Bergman se apeaba de su lucha con el misterio de Dios que tanto nos conmovió en El séptimo sello o Los comulgantes, y se declaraba vencido por el materialismo más romo. Aun así, Bergman es ya un monumento de la autoconciencia del hombre occidental del siglo XX. En él se conjugaron todas las contradicciones del europeo moderno, escindido entre una tradición religiosa en retirada y un nihilismo vencedor y disolvente. Ahora ya sabe lo que la Muerte le escamoteó en ese confesionario de El séptimo sello. Ahora ya no ve Como en un espejo. Ahora ya no necesita jugar al ajedrez para distraer a la muerte. Ya está en la Isla de Faro que nunca perecerá.

Juan Orellana
ACEPRENSA

Harrry Potter and the Deathly Hallows

Como era de suponer, en este libro todo está orientado a ir respondiendo a las preguntas que habían quedado en el aire. Poco a poco, se van recomponiendo los sucesos del pasado y se aclaran los misterios: el origen de la particular unión mental de Harry con Voldemort, el papel que juega Snape, las razones y los pasos en falso de Dumbledore... No hay elementos o personajes nuevos que sean dominantes y, como en las demás novelas, la autora usa la misma estrategia narrativa de dosificar la información cuidadosamente.

Esta vez las novedades se han de buscar en las situaciones, como la boda entre Bill Weasley y Fleur Delacourt, en algunos encantamientos, como la sensacional capacidad del pequeño bolso de Hermione gracias al “Undetectable Extension Charm”, en la fuerte personalidad de algunos secundarios como Griphook, un goblin con un carácter resentido y malhumorado como el de los enanos de Tolkien.

Como corresponde a un argumento de persecución, hay menos lugar para la broma y más situaciones de tensión: escenas de acción con salvaciones en el último momento; momentos de lucha interior de Harry en torno a qué debe hacer y qué no; peleas dialécticas con intercambio de reproches y arrepentimientos posteriores.

Queda de relieve el talento de Rowling para construir una trama intrincada que no se le va de las manos –se ve que sabía bien lo que hacía desde los comienzos–, y que resulta convincente para el lector interesado –todo tiene lógica interna e incluso son aceptables las opciones por caminos más cómodos–.

Todo se va aclarando con admirable coherencia

En cuanto a los contenidos, a lo largo del relato se subrayan algunas ideas ya conocidas. En lo que tiene de novela de pandilla, la importancia de una amistad leal, de combatir los celos y las rivalidades egoístas, de comprender a los demás y saber rectificar. En lo que tiene de novela colegial, sobre todo se destaca que los chicos piden a sus educadores que sean coherentes y que les cuenten la verdad: buena parte de los conflictos interiores de Harry se centran en esto. En lo que tiene de novela de aventuras, se carga el acento en la responsabilidad del héroe y en que la inconsciencia propia de la edad no es un argumento para justificar algunas elecciones morales: a Harry le molesta que se intente justificar a un adulto que se comportó mal cuando era joven... como él lo es ahora.

En torno a la muerte

De todos modos, el tema central de esta historia es la muerte, como ya el título sugiere, y el poder salvador del amor. Cuando, en la tumba de sus padres, Harry lee la inscripción “El último enemigo que será destruido es la muerte”, manifiesta su sorpresa y Hermione le aclara que eso no significa derrotar la muerte tal como lo entienden los Death Eaters; «eso significa... vivir más allá de la muerte, vivir después de la muerte».

Más tarde, a Harry le queda claro que se ha de aceptar la muerte y que “hay cosas en el mundo que son mucho peores que morir”. Y, más adelante, recibe otro consejo en esa dirección: “No tengas compasión de los muertos, Harry, ten compasión de los vivos y, sobre todo, de los que viven sin amor”.

Se puede apuntar también que, como muchos leerán esta novela con lupa, seguramente adquirirá relevancia la discusión acerca de la figura de Dumbledore. Se cuentan con detalle sus errores de juventud y sus coqueteos con el deseo de poder, un eco del tema central de El señor de los anillos, y se revelan los aspectos de su conducta que no quedaron claros en anteriores relatos. Sin embargo, habrá quienes piensen que sus tácticas son más que discutibles, tanto en sus planteamientos educativos como en sus decisiones de combate contra sus enemigos. Por eso quizá convenga terminar recordando, una vez más, que nos encontramos ante una novela de aventuras y no ante un tratado educativo.tumba de sus padres, Harry lee la inscripción “El último enemigo que será destruido es la muerte”, manifiesta su sorpresa y Hermione le aclara que eso no significa derrotar la muerte tal como lo entienden los Death Eaters; «eso significa... vivir más allá de la muerte, vivir después de la muerte».

Más tarde, a Harry le queda claro que se ha de aceptar la muerte y que “hay cosas en el mundo que son mucho peores que morir”. Y, más adelante, recibe otro consejo en esa dirección: “No tengas compasión de los muertos, Harry, ten compasión de los vivos y, sobre todo, de los que viven sin amor”.

Se puede apuntar también que, como muchos leerán esta novela con lupa, seguramente adquirirá relevancia la discusión acerca de la figura de Dumbledore. Se cuentan con detalle sus errores de juventud y sus coqueteos con el deseo de poder, un eco del tema central de El señor de los anillos, y se revelan los aspectos de su conducta que no quedaron claros en anteriores relatos. Sin embargo, habrá quienes piensen que sus tácticas son más que discutibles, tanto en sus planteamientos educativos como en sus decisiones de combate contra sus enemigos. Por eso quizá convenga terminar recordando, una vez más, que nos encontramos ante una novela de aventuras y no ante un tratado educativo.

Luis Daniel González
ACEPRENSA

sábado, 18 de agosto de 2007

¿Belleza saludable en la mujer?: no es lo mismo vestirse para una fiesta que para la playa

No es el mismo «atuendo» el que se usa para ir a la playa que para estar en cuarto de baño, ni el que se elige para una fiesta que el que se pone para ir de compras o recados por la calle; ésta verdad hoy está cuestionada, o por lo menos desprestigiada, en la realidad de la sociedad en la que vivimos: en la playa se está como en el cuarto de baño y en la calle o en una fiesta como en la playa.

Si es cierto que la forma de vestirse delata el interior de la persona; si aceptamos que la moda impone sus reglas y sus leyes ( la mayoría fomentan la anorexia porque son tallas muy pequeñas ) y resulta difícil no encontrar trasparencias o escotes excesivos o estrecheces; y si dudamos de cómo debemos vestirnos porque no queremos ir contracorriente por no ser tachados de noñería, quizá podamos ser definidos como personas con falta de personalidad, o de buen gusto o de opinión personal consolidada. Optar por una belleza saludable puede consistir más o menos en esto: estilo propio y ecológico, búsqueda de la comodidad y del sentido práctico, y oferta adecuada a la edad, al tipo y al trabajo u ocupación que cada uno desarrolle. Será saludable si nos sentimos bien con lo que llevamos, si podemos movernos sin problemas y sin convertirnos en un escaparate; el valor de la belleza hay que descubrirlo dónde reside, es decir, en el interior de la persona, en el conjunto de la persona, porque se admire no sólo se mire o se vea lo que debe estar oculto por privacidad.

Dos películas conocidas nos han trasmitido este mensaje, por un lado, «la Bella y la Bestia», esos dibujos animados repletos de ternura y colorido, y por otro, «Mía Sarah», otra forma de hacer cine, muy saludable, y con vestuario actual y ponible. Me atrevo a aconsejar a los diseñadores, a las firmas comerciales, a los empresarios de moda, que reflexionen en este tiempo de vacaciones, en este período de descanso mental, sobre esta acuciante necesidad de la sociedad: la mujer merece no ser manipulada, la mujer exige ser respetada en su dignidad, la mujer puede inspirar otro tipo de moda que la vista y no la desvista, pero hay que tener el coraje necesario para emprender esta aventura y luchar contra la corriente; es posible conseguirlo, pero hay que intentarlo: en cuanto algún diseñador destaque por su innovación saludable, la sociedad bienpensante le seguirá y su realidad se convertirá en futuro; espero que algún empresario recoja el guante y se tire sin paracaídas.

Marosa Montañés Duato
Periodista.
Presidenta mujeres periodistas del mediterráneo.
conoZe.com
6.VIII.2007

martes, 14 de agosto de 2007

Ratatouille



Dirección: Brad Bird

Guión: Brad Bird

Música: Michael Giacchino

Distribuye en Cine: Buena Vista

Duración: 115 min.

Público apropiado: Todos

Género: Animación


El arte de cocinar

El tercer largometraje de Brad Bird confirma su talento como realizador. Después de la notable El gigante de hierro y de la sobresaliente Los Increíbles, Bird ha elegido una historia muy arriesgada, consciente de que Pixar podía asumir los retos, también económicos: 100 millones de dólares de presupuesto.

La empresa de animación de John Lasseter, productor ejecutivo de la cinta, ha establecido unos estándares de calidad que dan vértigo. Y en Ratatouille vuelven a quedar patentes: sin el extraordinario trabajo de los animadores y técnicos de Pixar la película no funcionaría. Hacer una película sobre una rata de campo que sueña con ser una estrella de la alta cocina francesa en un restaurante parisino es de todo menos convencional. La repugnancia natural que los humanos tenemos por las ratas siempre estará ahí, por mucho que otras películas de animación hayan procurado presentarnos a ratones simpáticos y pulcros.

Pero juntar ratas y comida, meter a una rata en una cocina es jugar muy fuerte, aún más si se renuncia al cómodo expediente de permitir que los roedores y las personas puedan hablar entre sí.

Lo más sorprendente del gran guión de Ratatouille es la manera de establecer las relaciones entre los roedores y las personas, con unos conflictos verdaderamente ocurrentes y una excelente progresión dramática que culmina en uno de los mejores clímax de la historia del cine de animación. La película juega una y otra vez con la manera de conciliar las aspiraciones de los roedores con las de los hombres usando como escenario de convivencia la cocina de un restaurante parisino. Bird ha escrito un guión con hallazgos verdaderamente geniales aunque sobran 15 minutos de metraje (podrían haberse obviado algunos largos diálogos de un didactismo un poco cargante).

En el diseño de personajes, Pixar sigue siendo Pixar: al espectador se le abre la boca de admiración, especialmente por el dominio de la gestualidad de los personajes, que en el caso de Remy, la rata azul que protagoniza la cinta, es prodigioso. La calidad de la fotografía y el montaje dan brillo a un diseño de producción esmeradísimo, con una gran recreación de París y unas atmósferas tremendamente conseguidas. Las secuencias de acción, gracias al dominio de la animación de los movimientos violentos, tienen un gran dinamismo, realzado por la acertada partitura musical de Giacchino.

Y procuren llegar puntuales a la proyección: el cortometraje Abducidos (una autoescuela para marcianos), dirigido por el hasta ahora editor de sonido Gary Rydstrom, es divertidísimo.

(Aceprensa / Almudí AG-ER)