domingo, 11 de marzo de 2007

Dios se ha puesto de moda



El nuevo año editorial nos ha traído una ristra de libros, ensayos y artículos sobre Dios. En tiempos de crisis renace la teología de la historia que, al fin y al cabo, ha sido siempre teología sobre la providencia de Dios.


Hay polemistas que aprovechan que el siglo XXI será religioso o no será para escribir cosas insustanciales sobre Dios, la divinidad y la Iglesia. Hay editoriales que quieren hacer su primavera y ofrecen una de cal y otra de arena: un libro sobre el Dios que existe, que se manifiesta en Jesucristo, que es raíz y razón de la vida, y otro sobre un dios escondido por entre las páginas de la historia, que se oculta del hombre y que teme a la libertad.

¿Es Dios un tema recurrente que aflora por temporadas? ¿Acaso esta afluencia de novedades editoriales sobre Dios es una manifestación de la necesidad que habita en el hombre? ¿Pero no quedamos en que estábamos satisfechos con lo que tenemos, con nuestra calidad y cantidad de vida? ¿Qué falta nos hace pensar sobre Dios si es más cómodo vivir como si Dios no existiese?
Dios, de nuevo, en el horizonte de los occidentales, observadores de cómo Occidente lucha contra Occidente. El Dios de los filósofos contra o con el Dios de los teólogos; la razón y la fe. El profesor Alejandro Llano ha roto, hace ya algún tiempo, las ataduras del pensamiento políticamente correcto; ahora ha escrito un nueva suma filosófica del sentido común sobre la experiencia de Dios, que es siempre experiencia de lo humano sin ser sólo lo humano. Dios, como la vida, es una apuesta, una paradoja; ¿acaso el hombre no lo es? Lo curioso es que Dios es una apuesta que ya tenemos ganada. Su título es En busca de la trascendencia. Encontrar a Dios en el mundo actual (Ariel).

¿Qué problemas tiene el hombre contemporáneo con Dios? ¿Qué cuentas pendientes? ¿Acaso la de la razón, la de la libertad, la de la voluntad de querer otra naturaleza, de desear otro ser hombre? El primer problema que el hombre tiene para experimentar la presencia de Dios es su limitada comprensión de lo que es la experiencia. Reducida ésta a lo sensible, a lo sensorial, al gusto y al tacto, a lo tangible, a lo que produce placer, a lo contante y sonante, se ha ocultado lo que desvela la realidad: el misterio que la funda, que la conduce a la plenitud, que le da sentido.

¿Y el sentido? ¿Y la acción? En nuestra época el hombre se ha hecho, por vía de la acción, íntegra, plenamente problematizado. Sin embargo, el sentido de la vida del hombre no es un problema, es un misterio. No cabe objetivar la cuestión por el sentido porque es el que se pregunta por el sentido quien tiene el problema del sentido. No son juegos de palabras. El problema necesita una solución, a no ser que sea un problema falso, una aporía. El misterio necesita que se desvele, que resplandezca, para que adquiera su plenitud. Si nos enfrentamos a nuestros problemas de fondo, estamos tocando el sentido de nuestro fondo. El problema se tiene; el misterio se es. Somos misterio para nosotros, para los otros, para Dios.

Sólo el misterio explica el misterio. Karl Jaspers sostenía que la tensión hacia la trascendencia es lo propio y lo constitutivo de la existencia humana. La tensión se convierte hoy en vértigo; vivimos con el vértigo de la vida, de la velocidad, de la necesidad imperiosa de nuevas y siempre fascinantes experiencias. Tenemos muchos datos sobre el hombre pero muy pocos sobre lo que es el hombre. La biotecnología se ha convertido en la base del próximo gran ciclo económico, en el fondo del nuevo ciclo de definición de lo humano. Sabíamos ya que el hombre no es biología, es biografía, escrita con renglones torcidos de libertad. Una biografía que tiene una línea discontinua al comienzo y otra continua al final.

Hay polemistas profesionales –de qué se trata que me opongo– que siguen pensando que Dios, y la vida eterna, son rémoras del pasado. Instalados en la vida perdurable no les afecta la vida eterna más que para pensar en cómo puede haber personas que siguen creyendo en un "superpadre justiciero e infinito, en la resurrección de los muertos y en la vida perdurable". Pues no, señor Savater, ni superpadre justiciero, ni supernanny arregla-todo, ni nada que se le parezca. La falacia de los que pretenden deslegitimar a los creyentes arranca de que al pensar en Dios, sobre Dios, están pensando sobre imágenes falseadas de Dios que se dan, las más de las veces, por intereses varios en la historia. Pensar y hablar hoy sobre Dios –como ayer, como siempre– y sobre la vida eterna no es más que conocer y reconocer la gramática del amor. Si tiene dudas, señor Savater, lea a Benedicto XVI.

José Francisco Serrano Oceja