miércoles, 7 de marzo de 2007

El disfraz de don carnal

La realidad de un acontecimiento es su carga de futuro. Hemos entrado en la cuaresma. El mundo está cargado de incógnitas que son falsas. Rueda de entretenimiento, carpe diem, todo fluye; el budismo y las nuevas formas de gnosticismo son hoy lo que enganchan, atrapan y esclavizan.


El mundo siempre ha existido para el hombre dos veces: una como naturaleza y otra como cultura. Estamos obsesionados con la búsqueda de lo natural; alimentos naturales, medicinas naturales, parajes y paisajes naturales; pero hemos olvidado la naturaleza de lo natural.
Quien ha experimentado la paternidad sabe que un nacimiento cambia nuestra percepción del tiempo. Cuaresma no es lo que viene después del Carnaval. La Cuaresma es el anuncio de un futuro cargado de esperanza. Los creyentes, al fin y al cabo, sabemos cómo termina la novela de la vida. Dios y el hombre se dan la mano en la Cuaresma, en los cuarenta días previos al acontecimiento cristiano por excelencia. Dios, en la Pascua, que es lo que da sentido a la Cuaresma, se entrega definitivamente al mundo, al hombre.

La fe ha inspirado a lo largo de los siglos la creatividad del hombre. Hoy, la cuaresma de lo humano es repetición sin sentido de una canción que no tiene fin. La estética del disfraz es la estética del movimiento, del quita y pon del corazón, del amor, de lo bello. Nuestro mundo es un mundo de quita y pon; quita un matrimonio para poner otro; quita una amistad para poner otra; quita un hijo para ponerme yo. Quítate tú, que sobras, para poner a quien yo prefiera. Así es el disfraz de don carnal; un hábito de quita y pon.

Benedicto XVI está empeñado en explicarnos la naturaleza de Dios para que comprendamos la naturaleza del hombre. Quien pretendió, en la historia, quitar a Dios para poner al hombre, ahora no tiene ni a Dios ni al hombre. En su pedagogía de Dios, el Papa no olvida que el amor es lo único digno de fe. El amor es el ceñidor de los acontecimientos en la historia. El Papa cita, en su mensaje con motivo de la Cuaresma, al teólogo bizantino Nicolás Cabasilas, cuya teología estaba muy influida por Platón. En uno de sus más famosos textos, la "Vida en Cristo", escribe: "Los hombres que tienen en sí un anhelo tan impetuoso que sobrepasa su naturaleza, desean fervientemente y son capaces de llevar a cabo cosas que trascienden el pensamiento humano". El anhelo de Dios, de la fraternidad del hombre, de la alianza entre las personas, entre los pueblos, entre las naciones, no puede ser otro que el anhelo de la alianza en el amor. Un amor que se vive y que se expresa; la santidad y la estética.

También es de Joseph Ratzinger esta reflexión, que bien pudiera ser nuestro mensaje de eros y agapé en la Cuaresma: "La verdadera apología del cristianismo, la demostración más convincente de su verdad contra todo o que lo niega, la constituyen, por un lado, los santos, y por otro, la belleza que la fe ha generado. Para que hoy la fe se pueda extender, tenemos que conducirnos a nosotros mismos y guiar a las personas con las que nos encontramos al encuentro de los santos y a entrar en contacto con lo bello".

José Francisco Serrano Oceja

CARTAS DESDE IWO JIMA



¿Una nueva ideología bélica?

Clint Eastwood ha hecho un experimento que podía haberle salido muy bien pero que ha resultado regular. Se trata de contar la decisiva batalla de Iwo Jima de 1945 a través de dos películas, una vista desde la perspectiva americana (Banderas de nuestros padres) y otra desde la nipona (Cartas desde Iwo Jima).


En primer lugar recordemos los hechos, pues se trata de películas históricas. En el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, los aliados necesitaban bases aéreas cercanas a Tokio para atacar el corazón del Imperio del Sol Naciente con las superfortalezas volantes B-29. Las bases que tenían en China no les permitían autonomía suficiente para volar a la metrópoli nipona, y además en la zona de islas llamada Nanpo Shoto –donde radicaba Iwo Jima– los japoneses tenían radiolocalizadores que dificultaban las acciones aéreas. Así pues, tomar la infértil y pequeña isla de Iwo Jima era vital para acabar la guerra del Pacífico, ya que además allí los aliados podrían disponer de tres aeródromos.

Conviene no olvidar que estamos hablando de la guerra contra el Eje, contra el fascismo y contra Hitler, porque parece que tácitamente se impone una ideología pseudopacifista por la que los americanos casi deberían arrepentirse de haber atacado Japón. Los que piensan así, creen en el fondo que si Afganistan e Irak son venganzas del 11-S, Hiroshima y Nagasaki serían venganzas de Pearl Harbour. Dejando de lado este esquematismo de raíz marxista –como casi todo lo que se vende hoy en el supermercado intelectual– refresquemos algunos datos realmente imponentes. En Iwo Jima lucharon más de 60.000 marines contra 21.300 japoneses. Los americanos tuvieron 4.891 bajas, y unos 2.000 heridos. Los japoneses contaron 21.000 bajas (en realidad sólo se salvaron 212 soldados, que fueron hechos prisioneros).

Cabría pensar que los americanos entraron como Pedro por su casa, pero como muestran con mucha exactitud los dos films de Eastwood, eso no es cierto. El desembarco en la playa fue una carnicería, y allí y en los alrededores del monte Suribachi es donde cayeron casi todos los americanos en un lapso de menos de 24 horas, y tengamos en cuenta que se tardó un mes en conquistar la isla. El balance –estremecedor– es que por cada soldado nipón, los americanos descargaron dos toneladas de explosivos con el resultado de un caído americano por cada cuatro japoneses.

Dicho esto, nos encontramos con que Clint Eastwood opta por prescindir del contexto histórico objetivo –la lucha trascendental entre el modelo democrático aliado y el modelo totalitario– y se centra en el plano subjetivo: la experiencia del soldado. Esto en sí ya es de dudosa licitud, pues la experiencia personal del soldado de aquellos años era inseparable de su conciencia histórica: tenían asumida una conciencia clara de "misión histórica". Sin embargo, Eastwood aplica los criterios actuales de una sociedad escéptica y sin ideales sobre un mundo mucho más idealista que el nuestro. Es decir, ese existencialismo sombrío y resignado que vemos en muchos personajes de ambos films –sobre todo en Cartas desde Iwo Jima– posiblemente tiene más de proyección de un americano irritado con la Guerra de Irak que de fiel reflejo histórico.

Esta proyección acrónica, que en gran medida es inevitable y es una característica del cine –¿no proyectó Bergman en su caballero medieval Antonius Block el existencialismo post-Yalta?– se vuelve más opaca en Eastwood cuando comprobamos que no nos cuenta nada original, que los temas que aborda ya los hemos visto muchas veces en el cine de Kubrick, David Lean, Spielberg, Tavernier, y muchos otros. No estoy diciendo que Cartas desde Iwo Jima –la mejor de las dos y que opta entre otros, a los Oscar a Mejor Película, Mejor Director y al Mejor Guión Original– sea una mala película. Digo que no es la obra maestra que podía haber sido. Está muy bien rodada, y las escenas puramente bélicas deben ser bastante parecidas a lo que ocurrió en la realidad de aquel mes de febrero de 1945.

Lo que más me interesa es el homenaje que el film supone para el teniente general Kuribayashi, uno de los mejores militares que tenía el Ejército del Emperador, y cuya encarnación por el gran actor Ken Watanabe es excelente. De hecho es increíble que no esté nominado a los Oscar dado que su trabajo es mejor que el de Peter O´Toole en Venus, por ejemplo. Y este personaje es interesante porque encarna a un hombre íntegro, muy militar pero muy racional, y por ello muy humano. No puedo juzgar si se parece al Kuribayashi real –aunque la película se inspira en sus memorias–, pero como personaje de guión tiene una construcción muy conseguida.Otro aspecto que impide al film tocar la inmortalidad es una cuestión de estilo que caracteriza algunas películas de Eastwood: su frialdad emocional. No se puede decir que eso sea un defecto, es una opción legítima. Pero una historia de este tipo, en la que todo "es ya sabido", requiere un plus de emotividad que permita al espectador identificarse más con los personajes. Ciertamente hay momentos de gran sentimiento, como la despedida del soldado de su hijo aún creciendo en el vientre materno, pero no es el tono que domina el film. En cualquier caso, Cartas desde Iwo Jima no debería arrebatarle el Oscar a Babel.

Juan Orellana